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El campesino lo sabe muy bien. Los años de experiencia y de trabajo le han enseñado la lección. El campo no miente. Nunca miente. Cavar la tierra y airear los surcos, y observar los tiempos y calcular las labores. Sembrar y regar, y abonar y ... podar. Y los días pasan inexorables, y la semilla brota, y los tallos crecen, y la mies madura, y la cosecha levanta la cabeza generosa. Devuelve lo que se le dio y multiplica lo que se le entregó. Pero si la sementera fue mezquina, si el grano era escaso, si el agua faltó… la cosecha es parca, pobre. Da lo que le dieron.
La vida es un campo. La vida no miente. La vida da lo que se le da. Si le damos mucho, lo multiplicara. Si le damos poco, la cosecha será pobre. Nos quejamos, pero todos sabemos de dónde viene la carencia. La semilla, las condiciones, eran paupérrimas.
¿Te quejas de la vida? Pero ¿qué le diste tú? ¿Le diste amor, le diste entrega? ¿Le diste trabajo, energía, entusiasmo? No te entregaste, no te fiaste, no pusiste todo, y así te sale una vida a medias, mediocre es la palabra. Y tú mismo y todos los demás sabemos por qué. La vida no miente. Nunca miente, La vida da lo que ponemos en ella. Mucho, si mucho; y poco, si poco ponemos. Hay que arriesgarse. Hay que fiarse. Como se fía el campesino de los cielos y de la tierra, de las estaciones y de la lluvia, de la bondad de la semilla. Como se fía el campesino del campo. Implícate, date, comprométete, sueña, y la mies de tus cosechas hablara por ti. La vida no miente.
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