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Ojeo tu libro 'Cartas desde la periferia', y recuerdo unas palabras tuyas en las que pedías que en tus funerales no se hiciese mención a ... tus premios, sino que se dijese que solo habías intentado «alimentar a los hambrientos, vestir al desnudo, enseñar al que no sabe, ser justo, amar y servir a la humanidad, como antes que tú, hizo tu Señor e inspirador, Jesús de Nazaret».
Te imagino diciéndonos lo que siempre repetiste: «Me puede la esperanza. Hoy, en medio de la noche del mundo, y en la esperanza de la buena nueva, afirmo con audacia mi fe en el porvenir de la humanidad. Me niego a creer que las circunstancias actuales incapaciten al hombre para hacer una tierra mejor. Me niego a compartir la opinión de los que proclaman que el hombre está tan cautivo de la noche sin estrellas, del racismo, del maltrato, de la opresión, de la indiferencia y de la guerra, que la aurora radiante de la paz, la promoción humana y la fraternidad no podrá nunca llegar a ser una realidad».
Me atrevo a creer que un día todos los habitantes de la tierra, y especialmente los de tu querida Bolivia, podrán hacer tres comidas diarias para mantener la vida de su cuerpo, y podrán recibir la educación y la cultura necesarias para la salud de su espíritu, y la igualdad y la libertad para la vida de su corazón. Creo, igualmente que un día toda la humanidad, hombres y mujeres nuevos, reconocerán en Dios a la fuente de su amor, y que este amor salvador y pacífico será el signo de que el Reino se ha instaurado. (D.E.P)
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