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Cuando José Manuel tenía dos años, no dejaba de mirar el lápiz con el que su padre, Ángel, hacía las cuentas en las que reflejaba el estado de la economía familiar. Su madre, Amparo, miraba tiernamente la escena. El lápiz en cuestión era un lápiz ... de carpintero pues, en el Collado de Andrín, los hombres de la casa, como José en Nazaret, hacían de todo, también de carpinteros si fuera menester. Desde aquel momento, su buena madre decidió regalarle un pequeño lápiz con el que el pequeño empezó a hacer dibujos, más adelante, letras y después cuentas.
Ingresó en los agustinos, en tiempos del posteriormente Obispo Nicolás Castellanos y del también futuro Provincial, P. León Díez; eran años de ilusión y renovación. Por aquellas calendas pasó de ser José Manuel a ser 'Vega'. Tras profesar, fue director, consejero, prior, secretario, administrador… pero siempre un coleccionista de lápices. En definitiva, allí estaba todo, eran un símbolo de sabiduría y de conocimiento.
Nombrado José Manuel secretario en el colegio de Santander, los encuentros, las conversaciones, los consejos y su eficaz trabajo se tradujeron en amistad y cariño. Y los lápices aumentaron; de mil sitios, tamaños, colores e idiomas. Por eso cuando, tras su deceso, se repartieron entre los alumnos de los Agustinos de Santander, se hizo verdad lo que José Manuel tenía escrito con un humilde lápiz en la mesita de su habitación. «No sé si en mi vida he dado mucho o poco, pero lo que si sé, es que todo lo que di, lo di de corazón». ¡Il cuore!, el corazón inquieto, la marca de los agustinos. Gracias José Manuel por tu entrega, sonrisa y amistad.
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