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El gran problema de la indiscreción es que no tiene vuelta atrás. Las palabras no se las lleva el viento, y lo dicho, aunque pidas disculpas, dicho queda. Cuesta ganarse la confianza de la gente, cuesta ser alguien en el que poder confiar, pero bastan ... unas solas palabras para echar por la borda toda la reputación. Ser prudente supone guardar confidencialidad con la información de otras personas, con la tuya propia o tener cuidado de no lastimar a otros con comentarios que puedan ser hirientes. La prudencia está estrecha y directamente relacionada con la capacidad de valorar las consecuencias de nuestros actos y comentarios. La persona que consigue comportarse con prudencia realiza un análisis del impacto que puede tener lo que diga o lo que haga.
¿Cómo se comporta una persona prudente? No participa en las críticas, observa antes de hablar, no habla de forma dicotómica, no cuenta un secreto de otra persona, habla con mesura siendo consciente de que de muchas cosas no lo sabe todo, pide permiso antes de dar un consejo personal a alguien, no acapara la conversación, y no comparte fotos, comentarios o historias que no son suyas.
Porque el que revela el secreto de otros pasa por traidor y el que revela el propio secreto pasa por imbécil. Conviene además saber que tu amigo tiene un amigo, y el amigo de tu amigo tiene otro amigo… Por tanto, es de personas discretas, no contar nada más y nada menos, que lo preciso, a quien haga falta y cuando haga falta. Se dice que Salomón dijo que: «El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de las angustias».
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