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En la Biblia vemos asiduamente los claroscuros de la condición humana. También en la Pasión, donde salen a relucir las bajezas que contrastan con instantes ... de una luminosidad asombrosa. La Verónica, las negaciones de Pedro, el Cirineo, el miedo de los discípulos, el generoso José de Arimatea, el implacable Caifás, el sincero Nicodemo, el político Pilatos... Pero tranquilos, al final triunfa el amor de Cristo. Al apóstol Judas le corresponde el papel de rey de los villanos, tampoco hay muchos héroes entre los apóstoles, quizá Juan salva los muebles. Sorprende su actitud. Desconcierta. Las fuentes son parcas en la descripción del comportamiento de Judas.
La pregunta es ¿Por qué hace lo que hace? ¿Simplemente era un corrupto? ¿Se equivocó Jesús al llamarle? ¿Solo sintió envidia, o era un codicioso, o un ladrón, o tenía cuarto y mitad de cada una de esas cosas? O simplemente todos somos un poco así, estamos llenos de contradicciones, somos capaces de lo mejor y de lo peor. También puede ser que a Judas le molestase mucho el éxito de Jesús, a quien, aunque lo intentaba, no acababa de entender. Tampoco podemos alarmarnos, a nosotros, a veces, también nos cuesta digerir el éxito ajeno.
La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, un reinado manso y pacífico… ¿Y qué ocurrió en la unción de Betania? ¿Consideraba que era un derroche de recursos? ¿Ambicionaba el dinero? ¿O deseaba ser alabado como Jesús? La envidia no soporta a quien destaca y lo boicotea. «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5, 20). Esa es la esperanza del mensaje pascual.
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