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Cuando Miguel llegó a casa con el cachorro de pastor alemán, sus hijos saltaron de alegría. Lo primero fue ponerle nombre, le llamaron Fiel. Como si el nombre imprimiera carácter también en los animales, así se comportó siempre. El tiempo pasó, y la verdad es ... que era uno más de la familia. Cuando Miguel iba al trabajo, a Sotiel Coronada (en Huelva), lo llevaba en el coche, le encantaba el sitio del copiloto. Conocía como nadie el ruido del coche, y saltaba de contento cuando el dueño llegaba.
Un día el perro se subió al tejado, Miguel se enfadó mucho, tenía cuatro metros de altura el chalet. El perro miraba a un lado del tejado y a su amo, no paraba de hacer ese gesto. Al final, ante la insistencia de Miguel, saltó al suelo del jardín. Miguel le pegó con el periódico en el hocico. El buen perro no se inmutó. Después, la familia descubrió que el perro estaba en el tejado cuidando de Luis, el perro evitaba que el niño se pudiera caer por la vertiente más peligrosa.
Cuando Miguel por motivos de trabajo se desplazó a Almadén, a las minas de mercurio, pensó que el perro estaría mejor con sus padres. Y lo llevó a la montaña de Babia, al pueblo de Quintanilla. Sus nuevos amos eran Augusto y Flora. Se adaptó, pero nunca olvidó a la familia con la que vivió la mejor parte de su vida. Su pelaje era más gris, pero seguía siendo fiel, su esencia no había cambiado. Después fue dado a un ganadero, los abuelos no podían hacerse cargo de él… Campaña 'Él nunca lo haría. No lo abandones'. Fundación Affinity.
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