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San Agustín había oído contar del santo abad Antonio que se había convertido al leer las palabras del Evangelio: «Vete, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y después ven y sígueme». Tras esto, san ... Agustín obrará igualmente y abrazará la vida monástica. Celebrando esta semana a san Antón Abad, patrón de los animales, pienso que no sería descabellado imaginar que nuestro padre san Agustín, también le imitara en otras facetas, y como el Abad del desierto, tuviera en propiedad común, un michino en el monasterio.
Al fin y al cabo, en sus horas de escritura, robadas al oscurecer y a la noche, no solo necesitaría que un felino ahuyentase a los roedores de la biblioteca, sino también de un gato que fuera testigo y guardián de sus pensamientos y anhelos. Un minino discreto, fiel, atento, observador y espiritual, en perfecta consonancia con lo trascendental, como el 'Águila de Hipona', al fin y al cabo, los animales se parecen a sus amos.
Contemplativo como el sabio, mirando tras las murallas de la ciudad y las de los corazones humanos. Silencioso, 'poco molesto'. Compañero de vida; frugal, austero, como un monje. Posiblemente, nunca pidiese nada, solo, estar con el santo, sobre una silla, o entre sus pies. San Agustín que tanto habló del hombre interior, y de Dios como más íntimo que él mismo, pudo tener otro íntimo, con sus maullidos oportunos, que sabría perfectamente estar y no estar. El filósofo eminente, aprendería de este filósofo del tiempo, necesitado también de aislamiento, que todo es pasajero, que vivir en definitiva es una aventura para corazones inquietos.
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