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Intento recordar expresiones de los macarras de los ochenta. No quiero dar la turra, pero hoy quiero hablar como los quinquis, que nunca tuvieron academia que limpie, ni fije, ni dé esplendor, pero que en ocasiones fueron más precisos que cirujanos. Hago memoria y celebro ... cada ocurrencia del vocabulario cani como si fuera un gol de Morata. Chacho, en aquellos tiempos nos creíamos felices mientras tomábamos una garimba con los colegas, fumábamos un piti o dábamos un rulo por garitos que, como nosotros, estaban ya pasados de moda, sin meternos en grescas, huyendo de la bulla, saludando a los gualtrapas que nos iban saliendo al paso.
Una chapa que soportábamos con paciencia, al fin y al cabo, ¿Para qué te ibas a chinar? Aunque al final, había tanto taladrado, pesados pasados de tragos, chuzos a dolor, borrachos asgaya, que alguna noche tuvimos que hacer la trece-catorce y volver a kely, antes de lo que nos gustaría, como si fuéramos puretas, con el puntín nada más, ni siquiera bufa, a meternos en el sobre aunque no tuviésemos ganas de sobar y la piltra se nos abollase.
¡Qué tiempos! Nos gustaba mucho marcar diferencias entre los tipos de macarras: a los verdaderamente chulos, los que daban miedo, se les llamaba jichos, pero los que lo pretendían y no llegaban a esa categoría no eran más que unos guannais que nos daban mucha lacha. Pertenecía a aquella época el recuerdo de la ciudad tomada por la bofia. Había tanta pasma que en ocasiones, los maderos iban escoltados por munipas. Sí, estaba pensando: vaya peña, qué chusta, menudos jartos, cuánto tolai. Posiblemente solo el Güelu o el Nemesio ya me entiendan.
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