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He estado una semana con el grupo de Los Agustinos en Lisboa, custodiado por los profesores Íñigo, Fede y la mujer de éste, Mary Cruz, asistiendo con ellos a todos los eventos. Ahora me toca reflexionar. En mi corazón, claro que tiene eco el mensaje ... del Papa Francisco: «El amor de Dios llega por sorpresa, no está programado», preámbulo de una afirmación absoluta: «En la Iglesia hay espacio para todos, para todos, ninguno sobra, ninguno está de más». Todos sin exclusión.
Pero caló más hondo ese amor, derramado por todas las personas que me encontré en Portugal.
Gratitud siempre a Ana Bella y Fausto, dueños de nuestro hogar de acogida, su casa fue la nuestra. Recuerdo a los voluntarios de Alhos Vedros; Telma, Víctor, María y muchos más… Generosos, simpáticos, en todo momento a nuestra disposición, cuidando de nosotros y de las instalaciones que alojaban al grupo. Y también al servicio médico del puerto, por su auxilio oportuno.
También tuve encuentros que hacían pensar. Una mejicana, Olivia, nos dijo que ella era «atea por la Gracias de Dios», vamos, que cuando la vida apretaba entonces se acordaba de Diosito. Un sacerdote portugués comentaba que sí, que esta era la juventud del Papa estos días, que después, ya iríamos viendo.
En Moita, Catarina, una niña con Síndrome de Down me da un abrazo y a su padre Paulo se le humedecen los ojos mientras musita «ella es mi misión». Han pasado pocos días, el grupo ha regresado feliz, así que objetivo cumplido. Y yo me repito, efectivamente, que en la Iglesia cabemos «todos».
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