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El tiempo que he estado peregrinando, viví con menos cosas, simplifiqué mi vida. «No es más feliz, el que más tiene, sino el que menos necesita» (Regla de San Agustín). Tampoco se puede planificar todo, la realidad nos sorprendía con cierta frecuencia. La vida está ... llena de complicaciones. Hay que encontrar una solución para cada problema. La actitud que tengamos ante ellos nos va a hacer más o menos felices. En definitiva, lo importante es el camino, no la meta.
En el camino no había muchas tareas en qué pensar; salvo en levantarse, salir a hacer la ruta, terminarla, asearse, descansar. Es muy importante vivir el presente, disfrutar de cada paso. Aquí, el cuerpo es el que manda: hay que escuchar el propio cuerpo, solo tenemos uno, es nuestro vehículo. En nuestra andadura, la meta global es clara: llegar a Santiago. Y cada día la meta es terminar, llegar al siguiente albergue. Eso me hacía sentir motivado, con ganas de seguir y de afrontar el reto. Ahora sé por qué no he conseguido muchas cosas, no tenía motivación.
En el camino jacobeo y en la vida el orden es importante. Buscar y rebuscar en la mochila, te desespera, también te lleva a descubrir que el desorden te hace perder tiempo, te altera y te saca de tus casillas. La conclusión es obvia; el orden exterior ayuda a ordenar el caos interior. Nos encontramos con muchas personas, en el vivir cotidiano, también. Es importante la tolerancia, sin imponer nada a nadie, pero pidiendo que igualmente respeten nuestra libertad. De mil formas y maneras, escuché: «Abraza al Apóstol por mí y ayuda al prójimo», ahí, comienza mi nuevo camino.
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