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Mientras dos lobos estaban de cacería, divisaron un venado junto al río. Con sigilo y cautela poco a poco fueron acechando a su presa, hasta que instantes después, el venado olfateó el aire y huyó rápidamente. En ese momento, un lobo le dijo al otro: –« ... Lástima que la presa se haya percatado de tu presencia, ahora será más complicado cazarla». A lo que el otro respondió: –«Dudo que haya sido mi presencia y no la de los dos, cuando ambos olemos a lobo y tenemos la misma intención».
Es tan fácil, y lo más frecuente, estar corrigiendo a otros porque no solo lo podemos ver, sino porque creemos que somos mejores y que les estamos haciendo un favor. En cambio, no percibimos en nosotros las áreas en las cuales deberíamos hacer correcciones. Deberíamos considerar el hecho de que con nuestro ejemplo o nuestro modo de proceder es mucho más sencillo comunicar una corrección, porque la palabra convence, pero el ejemplo arrastra. Lo más recomendable es pedir el permiso para decirle algo a nuestro prójimo. Si hemos de intervenir para ayudarlo es necesario hacerlo con el tino y la discreción apropiados, mostrando respeto hacia la persona y buscando el momento y el lugar más apropiados para poder hacerlo.
«Solemos ver la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio». Cuídate de recriminar al prójimo, y mejor observa y corrige tu propia conducta, sólo así podrás pulir en ti aquello que te impulsa a señalar a los demás. «Los hombres están siempre dispuestos a curiosear y averiguar sobre las vidas ajenas, pero les da pereza conocerse a sí mismos y corregir su propia vida». San Agustín.
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