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Confirmado que has de cambiar de domicilio, hay que recoger tus pertenencias, embalarlas convenientemente y llevarlas al punto de destino. No eres consciente de que después tocará desembalarlas ordenadamente, vamos, tema para otro artículo. De esta forma, al principio con entusiasmo, te pones a meter ... en cajas libros, recuerdos y enseres. Al ser consciente de que no los has leído o usado en años, decides sabiamente tirar, donar o reciclar.
Al comienzo pensaste en cuatro cajas, pero cuando llevas cuarenta y cuatro, te das cuenta de que algo no va bien, y de que aquello de que «Más vale necesitar poco que tener mucho» de nuestro Padre San Agustín, es una verdad como un templo. Ahora le toca el turno a los papeles: al pronto lo revisas todo, al final tirarías sin darte cuenta una herencia millonaria, o el título académico. Tiempo esta vez para la ropa… y te dices: aunque quisiera, no voy a adelgazar –la constitución puede conmigo–, así que, al contenedor de Cáritas. Ya has llenado todas las cajas, ahora viene la pregunta del millón: ¿en qué furgoneta cabe esto? Te viene a la cabeza Don Mendo y el juego de cartas de las siete y media, «Malo es que te pases, peor aún si no llegas». Mientras tanto, se oye y se comenta que tienes muchas cosas, que haces mucho ruido…, pero, no hay muchos voluntarios para ayudarte. En tu fuero interno desearías que se pusieran en tus zapatos para que se volvieran más comprensivos. Otro pensamiento: «Las culebras no tardan tanto cuando mudan». A partir de ahora a mis enemigos les diré a modo de maldición: «Mil mudanzas tengas y bien las hagas».
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