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Los recién licenciados esperaban las palabras del rector. El aula magna rebosaba de público; titulados, familiares… Era algo tradicional. Lo había hecho muchas veces, siempre pronunciaba palabras distintas. Buscaba algo que ayudara a crecer por dentro, eran muy capaces intelectualmente, el mundo necesitaba buenas personas. ... No quería alargarse, ni ser pesado. Simplemente abrir el cofre de su viejo corazón y dejar que lentamente éste, cual vieja fuente manara mansamente agua para la sed del caminante o del viajero. Así, de esta manera, se subió al estrado y comenzó su discurso.
«Estimados licenciados, quisiera deciros que en este momento sois inmensamente ricos, aunque no seáis conscientes de ello. Sois jóvenes, tenéis ilusión y toda la vida por delante, dicho de otra manera, a priori, sois dueños de miles de días y millones de horas. Por eso, quisiera que fuerais conscientes de eso, porque ese capital aparentemente infinito, un día se agotará. Por ello 'Carpe Diem' (Horacio s. I a. C). Aprovecha el momento. Cuida tu salud no siempre tendrás la misma de la que gozas ahora. Cree en ti mismo. Sé dueño de tus silencios, así nunca serás esclavo de tus palabras. Como dice Santa Teresa, cree que la paciencia todo lo alcanza. Procura ser un hombre o mujer de paz, busca la paz y corre tras ella. No te creas más que nadie, «conócete, acéptate, supérate» (San Agustín). Ponte en el lugar del otro, es posible que veas las cosas de otra manera. Escucha siempre, mientras esbozas una sonrisa y desbordas empatía. Los libros viejos y los amigos también. Por último dijo, recuerda: «Quién te creó sin ti, no te salvará sin tu colaboración». (San Agustín).
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