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Dentro de una clase, hay cosas que no se mueven, pero sí contienen movimiento. Pueden pasar desapercibidas, pero son fundamentales, por ejemplo, la puerta. Pueden ser materialmente una joya, pero lo que las hace importantes es el lugar al que dan acceso, lo que guardan, ... lo que uno descubre cuando sale del recinto en el que se encontraba. El mundo está lleno de puertas, algunas son giratorias, las hay infranqueables, otras necesitan de consigna para atravesarlas como aquellas de Moria, el reino de los enanos, frente a las que se detuvo la Compañía del Anillo en su misión por salvar la Tierra Media. El enigma en élfico: «Di amigo y entra», indica que la amistad y el amor abren todas las estancias.
Las puertas de nuestra institución educativa, con 120 años de historia, están abiertas a los alumnos, a sus padres; pero hay un día, en que el alumno se graduará, dejará el colegio, y se irá para no volver diariamente. Vendrá de visita, puede que mucho tiempo después traiga a sus hijos, pero, aunque la poterna, las batientes del recinto ocupen el mismo lugar, e incluso sean las mismas, él ya no será el mismo, ni por edad, ni por espíritu. Le aguardan la universidad, su porvenir, también el amor y la felicidad.
Ya no esperará al profesor, ni jugará a dejar a alguien fuera, ya no inventará excusas para abrirla y salir de clase. Es hora de partir, es el momento de buscar la verdad y conservar la inquietud. «No tengas miedo, y las puertas se abrirán donde no sabías que iban a estar». Dedicado a la promoción 22/23 de alumnos y alumnas de los Agustinos.
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