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El maestro de novicios contó una historia para hablar del uso del vil metal. «Un anciano ciego, guardaba en su casa los ahorros de toda su vida. Un día, un joven entró en su casa y le robó. El anciano no se amilanó, grito y ... gritó hasta que los vecinos lograron atrapar al ladrón. Llevados ante el juez, el anciano declaró: «Este hombre ha robado todos mis ahorros». El joven replicó. «Es mentira señor juez. Os juro por mi madre que soy inocente». El juez le amonestó por mencionar en un lance como aquel a su madre, pues había sido detenido 'in fraganti'. A lo que el pillastre, desesperado, vociferó: «Cien monedas se llamaba mi madre». El juez entendió que el acusado le proponía compartir lo hurtado. Vaciló y resolvió: «La vista se aplaza para mañana». El ciego, entendiendo lo que ocurría, consternado, pidió la palabra para decir: «Los ciegos no vemos, pero oímos. Hasta hace poco, había oído el hermoso susurro de la justicia, pero ahora estoy escuchando la estridente voz del dinero». Después, Pedro prosiguió, despacio, haciendo gala de una serenidad fruto de largos años de reflexión: algún dinero evita preocupaciones; el exceso posiblemente las atraiga. Si tuviera que elegir entre salud y dinero, con el tiempo os daréis cuenta, salud quiero. También es cierto que por dinero salta el perro y baila si se lo dan, lo que consiguientemente supone que al perro que tiene dinero, le llamen 'señor perro'. Pero nosotros, si queremos ser honrados, hemos de darnos cuenta, de que dinero, sin caridad, es pobreza de verdad, y como decía mi abuela, amor, con amor se paga, y lo demás con dinero».
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