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Timo Teo, era un hombre muy ambicioso. Nunca le bastaba con lo que tenía, a pesar de ser el más rico del pueblo. Un día uno de sus enemigos decidió acabar con él. Para ello, con gran astucia, se presentó ante él con un pequeño ... pez de oro en un vaso de cristal. Le dijo: «Timo, cuando este pez de oro alcance su tamaño total y muera de muerte natural, su cuerpo se convertirá en oro puro. Tú serás rico como jamás soñaste». La ambición de Timo se impuso a su sentido común creyéndose la historia del pez de oro. Se pasaba horas contemplándolo a la par que agradecía la generosidad de quién se lo regaló.
Desde entonces, el pez en su casa, fue creciendo con gran contento suyo; más pedía, más le daba de comer. Primero no cupo en los pequeños recipientes, después tuvo que construir una piscina adaptada para el pez, más adelante construyó un lago artificial. Timo había gastado su fortuna alimentando a un animal que no paraba de crecer. Deseaba que se muriera, esa era la condición, pero en bancarrota y viejo, se murió él antes que el pez. Su ambición desmedida le impidió descubrir que aquel regalo envenenado era una ballena.
La mayoría de nosotros somos en ocasiones como Timo, sacrificamos lo mejor que tenemos (tiempo, energía, amor y amistad) persiguiendo sueños y riquezas que nunca conseguimos, siendo al final nosotros los timados, los engañados. Es posible que la felicidad no consista en tener lo que queremos, sino en querer lo que tenemos.
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