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Te imagino asistiendo con nosotros a tu propio funeral: caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto pero dichosos de estar juntos, por la grata oportunidad para estar unidos, con los más antiguos; con Emilio, con Puchi, con Eloísa, con Lorenzo, con el P. ... Mariano… también con los que no veías desde hacía más tiempo. Seguramente comentarías: «Lo más triste de un día como hoy es comprender que morir es no estar nunca más con los amigos».
Cristina nos diría, con ese humor y esa fina ironía, con esa sonrisa que hablaba más con sus silencios que con sus palabras: «Soy profesora de literatura, pero, claro, nadie es perfecto». Aquí nos tienes, atónitos, tristes, pero serenos, sintiendo contigo que fue un regalo ser amigos, se compañeros, recibir tus clases, sentir el amor por algo tan vivo como el lenguaje y la literatura. Es una pena que no nos llamaras, no haber estado más cerca... Tu partida nos ha sorprendido, imagino que nos soltarías, «es una lástima querido, entre otras cosas, porque me queda mucho por leer».
Camilo José Cela decía que en este país quien resiste, gana. A ti nunca te importó ganar, los que ganamos fuimos todos los que te conocimos, los agustinos y sus alumnos. Eras valiente, muy valiente, y así encaraste y llevaste tu enfermedad, con discreción, como siempre guardaste tu vida privada. Gran conocedora y ávida lectora de Cervantes, eras en tu vida mitad Sancho, mitad Quijote, por eso podemos concluir diciendo: «En el San Agustín, por el pasillo en penumbra, se vuelve a ver la menuda y entrañable figura de doña Cristina Verduga pasar».
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