Leopoldo R. Alcalde escribió de él: «Ha sido sin duda el poeta español que con más convicción y energía ha cantado al mar. Y también uno de los mejores periodistas de este siglo». En 1925 la Real Academia le concedió el Premio Fastenrath por su obra 'Versos del Mar y Otros Poemas'. En su primer libro publicado, 'Versos del Mar y de los Viajes' (1912), que puede considerarse una autobiografía poética, el soneto 'Alba' comienza: «... y mi padre me dijo, mostrando mi equipaje,/ este pobre equipaje de humildes cosas lleno/ -Abrázame, hijo mío, sal a tu primer viaje,/ empieza ahora tu vida, sé valeroso y bueno»; y el comienzo del último poema, titulado 'Regreso': «Otra vez Santander, aquí me tienes,/ descansando en la paz de tu bahía,/ ¡dame, para ponérmela en las sienes,/ la corona de tu melancolía!», da noticia de sus raíces y del por qué del 'Poeta del Mar' grabado en el pedestal de su monumento. No importa que esté colocado de espaldas al mar, como muchos han criticado, porque tanto como al mar amaba a su ciudad y a su provincia.
Sus artículos diarios, sus 'Aire de la calle', son un constante canto, aunque en ocasiones dolorido. En sus artículos comenzamos a recorrer Santander desde su infancia cuando, con nueve años, vivió la catástrofe del Machichaco jugando en la calle de Rubio: «De pronto... Fueron tantas cosas en tan poco tiempo. ¿Qué fue primero, el entenebrecimiento súbito del cielo hasta convertir las cinco de la tarde en una densa noche, el temblor de la tierra y el llover ladrillos y cristales rotos o el fragor horrísono, sin precedentes, sin semejanza entre todos los fragores que después han atronado en nuestra larga vida (...) ¿Qué fue primero?». Cuando leo 'Evocación sentimental de la Alameda Segunda', disfruto recordando mi infancia vivida en la calle San Fernando. «La Alameda es el mejor paseo de Santander y uno de los mejores paseos de las ciudades españolas de aquella época. En casa, nuestros padres, nos enseñaron a amarla, contándonos su historia (...) No había entonces automóviles. Las familias opulentas del pueblo iban a la Alameda en sus lujosos trenes -'landeaux' y carretelas-, arrastrados por lujosos caballos». Pero el mayor número de artículos tienen como referencia el mar; las playas, la bahía, Puertochico, los muelles, los barcos. El titulado 'Puertochico', publicado en febrero de 1929, es un canto al lugar de encuentro: «En todos los puertos, el barrio pescador en el que se desembarca y manipula el pescado, está en la parte vieja de la urbe (...) La ciudad nueva, la de los grandes paseos, la de los 'dockes' comerciales en los que atracan los grandes trasatlánticos, está muy lejos (...) En Santander, no. Aquí, no. Aquí la dársena está empotrada en el trozo más rico y ya más suntuoso de la ciudad. Para ir al Sardinero, hay que cruzarlo; apenas se pone pie en el muelle, es lo primero que se ve. Es una feliz casualidad que da a todo el pueblo un carácter inconfundible de cosa única en toda la costa». En 'El dolor del Muelle' encontramos la cruz: «Hay otro muelle, un tremendo claroscuro en que las sombras y la luz riñen una descomunal batalla. Es el muelle de los días de invierno. Este muelle doliente y trágico hay que ir a buscarlo muy al oeste, lo más lejos posible del Club Marítimo. En vez de jardines hay montones de escoria (...) Va a comenzar el día. Ante cada barco, hombres de todas las edades se alinean en una fila militar. Cada una de estas filas pueden sumar hasta más de cuarenta hombres. Si la lluvia cae, la aguantan a pie firme. Los capataces van diciendo: ¡Tu...! ¡Tú...! ¡Tú...! Son los elegidos en la lotería del trabajo. Los demás se desbandan muy tristes. (...) Ayer el Noroeste barrió del muelle a toda esta humanidad dolorida. En las escampadas los obreros vuelven a sus escotillas, a sus cestos, a sus vagones... Las viejas y los niños a recoger su triste cosecha, a picotear como gorriones en todos los detritus... Un nuevo chubasco les vuelve a ahuyentar. Y así va pasando el día doloroso, inclemente, en la vasta planicie de Maliaño».
En la Casa de Piedra, junto al futuro museo, en el que se podrá disfrutar su contemplación, José Gutiérrez Solana está retratando al viejo armador. «Solana ha visto que aquella estancia maravillosa, llena de carácter y de sombras y de objetos evocadores, se presta como pocas para el retrato que imagina. Le ha deslumbrado desde que entró la pátina romántica del viejo despacho (...) Ya ha dado Gutiérrez Solana fin a su cuadro. Lo ha rotulado 'El viejo armador', y lo destina a algún museo». Es un sueño suponer poder leer este viejo artículo, de 1925, colocado, en el futuro museo, junto al cuadro.
En 'Evocación sentimental de la Alameda Segunda' señala este paseo como «el mejor de Santander»
Se acaba el espacio. Podíamos seguir recreándonos con la belleza del mar y las playas en invierno en la soledad de un Sardinero deshabitado; con el encanto de una feria de ganado en La Llama, un domingo de mayo lluvioso; encontrarse, como los asistentes a la misa de nueve y media de la mañana, en el viejo convento de San Francisco, un domingo de mayo de 1932, con la presencia sólo, sin escoltas, de Alcalá Zamora, presidente de la República; con leer en 'El perro de a bordo', ¡con que furor ladraba a las ballenas! Sólo me queda invitar a su lectura.
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