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Creíamos que lo habíamos visto todo ya en el deporte universal de las trampas, pero lo de esta semana ha pulverizado todos los récords. Vamos, ... que ríase usted de las transfusiones y el EPO de Lance Armstrong, los anabolizantes de los culturistas o lo que fuera que tomaba Maradona. Simples juegos de niños, travesuras de aficionados al lado del último escándalo que ha dinamitado la buena imagen del ajedrez estos días. Y es que el campeón del mundo, Magnus Carlsen, ha denunciado que su oponente Hans Niemann habría utilizado, supuestamente, un dispositivo rectal para conseguir la victoria en su último enfrentamiento.
Cómo será de grave el caso, que han bastado las simples acusaciones -lo de conseguir pruebas que lo demuestren va a resultar algo más difícil- para que el asunto hiciera correr ríos de tinta, o más bien de bits. Y es que la historia lo tiene todo: el dilema ético -¿pero esto no era un duelo de inteligencias? ¿un deporte lleno de caballerosidad?-, la dificultad físico-anatómica -que ya hay que ser retorcidos para idear tramas con ingenios que parecen la versión posmoderna del odiado supositorio- y hasta su toque picante, porque la trampa consiste en utilizar un juguetito erótico, un vibrador anal, aunque no se ha aclarado si los tramposos se comunican en morse o habrán inventado un nuevo código ad-hoc.
Eso sí, las partidas ya no volverán a ser lo mismo. Porque a partir de ahora será inevitable que, ante la más mínima mueca de alguno de los jugadores, no pensemos de inmediato si no les estará bullendo dentro algo, y no del todo reglamentario.
Semejante publicidad resulta, desde luego, impagable, porque esto supera con creces el bombazo de 'Gambito de dama'. ¡A ver quién dice ahora que el ajedrez es aburrido!
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