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Hablar de ciudad peatonal, en la que los ciudadanos, jóvenes y mayores, niños y ancianos, puedan moverse por ella con total libertad y seguridad, cuando todas nuestras ciudades, grandes y pequeñas, están atestadas de coches hasta el último rincón de las mismas, suena a broma, ... salvo, quizás, para los más optimistas que pueden pensar, o más bien soñar, que algún día eso pueda llegar a suceder.
Y sin embargo es evidente que algo hay que hacer ya que no es normal que los coches ocupen nuestras calles y plazas, no para circular por ellas, como sería lo lógico, sino para quedar estacionados a un lado y otro de las mismas. Y es que a nadie se nos ocurre bajar a la acera de nuestro domicilio un armario con nuestra ropa de invierno porque no nos entra en la casa y sin embargo encontramos normal dejar el coche en la calle porque no tenemos un garaje donde dejarlo, ocupando así el espacio que antes disfrutaban los niños o los mayores y que ahora los vehículos les han robando totalmente poco a poco.
Algunas ciudades han ido ya tomando medidas al respecto, unas más enérgicas que otras, y así, mientras algunas de ellas prohíben totalmente la circulación de vehículos por determinados espacios urbanos, generalmente de su almendra más céntrica, en otras comienzan a establecer limitaciones perimetrales o a cuadricular, exclusivamente para peatones, sus áreas más densamente pobladas. A tal efecto he leído recientemente en un periódico malagueño que dicha ciudad está estudiando establecer grandes supermanzanas, a modo de cuadrículas de unos cuatrocientos por cuatrocientos metros, en cuyo interior sólo podrán circular los vehículos, que no estacionar, a una velocidad máxima de diez kilómetros hora.
Es claro que cada ciudad, en función de sus características y estructura, exige unas medidas diferentes, pues cada una tiene su propia historia que ha ido conformando sus barrios y, más aún, su núcleo central. Igualmente, cada una goza de una topografía muy diferenciada que conforma sus calles y plazas, al igual que diferentes son los monumentos o edificios singulares, civiles o religiosos, que a lo largo de los años han ido configurando con su presencia la esencia de la propia ciudad.
Diferente es, por tanto, una ciudad construida sobre una planicie que nuestra ciudad de Santander, con sus desniveles y calles en cuesta, como diferente es que la misma sea lugar de paso, con sus entradas y salidas a los cuatro vientos que final de trayecto, como es nuestra capital. Ello exige, lógicamente, un trato diferente y por ello los expertos urbanistas deberán dar a cada una de ellas un trato muy diferente cuando de proyectar su futuro se trata. Algunas medidas son, sin embargo, comunes a todas ellas, cuál es la necesidad de ir eliminando los coches en su interior. Ello no significa que, al menos hoy por hoy, tengamos que prescindir del vehículo privado, pues como dice un buen amigo mío, el mismo es un elemento de libertad del que no debemos renunciar, ni mucho menos permitir que nos lo arrebaten en aras de un único y exclusivo transporte público que solo nos llevaría a la masificación de rebaño como paso previo a la colectivización social. Ello no implica por tanto renunciar al uso individual del coche, y a poder circular con él por la ciudad, pero sí a utilizar las calles y plazas como lugar de aparcamiento del mismo. Ello exige contar con aparcamientos disuasorios en las entradas de la ciudad, comunicados adecuadamente con el centro de la misma, así como con múltiples aparcamientos céntricos y en todos sus barrios, subterráneos o en vertical, de tal forma que el vehículo privado quede aparcado en su propio garaje o en uno público, pero nunca en la calle, tal y como ocurre actualmente.
Por otra parte hay que tener en cuenta que el futuro del transporte urbano, que según algunos está muy próximo, pasará por los vehículos autónomos, los cuales vendrán a buscarnos allí donde les llamemos y nos llevarán allí donde les indiquemos, y todo ello sin que haya necesidad de que el mismo tenga que contar con un conductor humano. Este sistema, el día que se generalice, exigirá que tales vehículos estén guardados en múltiples aparcamientos, de los que saldrán desde el más próximo cuando le requiramos y a los que irá en función del lugar donde nos haya dejado. ¿Ciencia ficción? Según parece, ello está más próximo de lo que podamos pensar, lo que aconseja ir preparándonos para ese futuro, pues con ello ganaremos también unas ciudades más humanas y vivibles para todos. Sin embargo, y en tanto esa nueva situación llega, bueno sería que no siguiésemos amontonando coches y más coches en nuestras calles hasta convertir las mismas en simples aparcamientos en las que no haya lugar para los peatones.
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