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Después de esos días de carnaval en los que la alegría se desborda por todo el país, y, en algunas zonas concretas, la diversión y ... la teatralización alcanza niveles espectaculares mediante bailes, cánticos y disfraces en los que los personajes que han sido noticia a lo largo del año se ven reflejados en las parodias que en ellos se realizan, llega a nosotros la nueva Semana Santa, en la que los cristianos conmemoramos la pasión y muerte de Jesucristo en la cruz un viernes, como el de hoy, hace ya más de dos mil años.
Muchas y variadas son las formas en las que se conmemora y se vive este periodo en España, desde aquellos lejanos tiempos, cuando quien esto escribe era niño, en los que tal día como hoy las radios suprimían la música de sus programaciones, al menos la música alegre y charanguera habitual, y los bares cerraban sus puertas, hasta el día de hoy en el que cada uno es muy libre, afortunadamente, de hacer lo que estime más conveniente, pues siempre que se respete a los demás y sus convicciones lógico es que cada cual pueda vivir estos días como lo considere más adecuado.
Una de las actividades que caracterizan a esta semana es, sin ninguna duda, la celebración, desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, de las procesiones que recorren las calles de nuestras ciudades y pueblos, algunas de ellas en recogimiento y silencio de las gentes que las acompaña o las contempla a su paso, otras más ruidosas, pero no por eso menos comprometidas con lo que representan, y todas como manifestación visible y participativa de la celebración cumbre de nuestra religión cristina, cuál es la muerte y resurrección de Jesucristo.
Es por ello que las procesiones de Semana Santa son muy distintas según la localidad de España en las que las mismas se realizan, desde las sobrias manifestaciones procesionales de nuestra vecina Castilla a las bulliciosas celebraciones en Andalucía, sin olvidar a nuestra impresionante Pasión Viviente de Castro Urdiales, pero todas ellas, además de su vertiente religiosa, que lógicamente son su razón de ser, tienen también una vertiente cultural que por su belleza y reflejo de la idiosincrasia de nuestros pueblos merecen reconocimiento y apoyo, además de que las mismas son también un perfecto escaparate a través del cual conocer y apreciar nuestras diversas y variadas tradiciones.
Es innegable el positivo impacto que este tipo de celebraciones religiosas representan en la economía de nuestro país, pues muchos son los extranjeros que quieren conocerlas y vivirlas directamente y viajan a lugares que luego desearán visitar con más profundidad y en otras circunstancias más festivas, siendo así un instrumento más a utilizar a la hora de conseguir un turismo más allá del clásico de sol y playa.
Por razones familiares, he tenido la ocasión de vivir, desde hace muchos años, las impresionantes y magníficas procesiones que se celebran en Málaga desde el domingo de Ramos al de Resurrección, y también las no menos importantes, aunque más íntimas que las anteriores, que se celebran en días anteriores, generalmente limitadas al barrio donde radica la correspondiente cofradía, en las que los integrantes de la misma dan traslado procesional de las imágenes, lo que ellos llaman «sus titulares», desde la iglesia en la que están todo el año, y en la que son objeto de culto, hasta la sede de la correspondiente Hermandad para su instalación en el «trono», como allí son conocidos lo que en otras localidades llaman «pasos», que luego, en su día grande, saldrán en procesión.
Menos conocida, pero no por ello menos importante, es la actividad social que las correspondientes cofradías realizan en su entorno a lo largo de todo el año, así como que son sus integrantes los que pagan los gastos que tales actividades ocasionan mediante las cuotas que anualmente cada uno de ellos satisface y las que cada uno de los muchos cofrades que luego procesionan, alrededor de un millar en una hermandad de un cierto nivel, paga antes de salir en la procesión, y que van desde quienes caminan debajo del capirote a quienes soportan en sus hombros, durante muchas horas, el peso del correspondiente «trono», sin olvidar las derramas que con frecuencia realizan entre todos sus miembros para realizar alguna mejora de importancia.
Es por todo ello que un día como hoy, más allá del aspecto festivo que para muchos puede suponer, y del hecho religioso que para otros representa, y que es su razón de ser, es claro que la Semana Santa debe ser objeto de especial protección y apoyo como uno de nuestros valores religiosos, culturales y sociales más representativos.
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