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La dignidad y la honradez son valores fundamentales que los humanos tomamos como referentes a la hora de valorar lo que hacen las personas con las que tratamos, tanto en el ámbito particular como en cualquiera de los espacios sociales en los que nos movemos, ... desde los amigos a los tratos comerciales. Dada la incidencia que la política tiene en nuestras vidas, sería muy aconsejable que tales valores fuesen tenidos muy en cuenta por los ciudadanos a la hora de elegir y valorar a nuestros políticos, pues no debemos olvidar que somos nosotros, el conjunto de ciudadanos, los que con nuestro voto seleccionamos y decidimos quienes nos representan y quienes, en nuestro nombre, tienen la capacidad de decidir y gestionar las distintas políticas, desde la educación a las pensiones o desde la economía hasta el medio ambiente. Es por ello que, si bien podemos culpar a los políticos de sus erróneas decisiones, no sería justo hacerlo sin previamente hacer un examen de conciencia de nuestra propia responsabilidad al mantener en sus puestos, con nuestros votos, a quienes una y otra vez comprobamos que con sus actos dejan a un lado tales valores –en los que la utilización del engaño como sistema de captación de votos es uno de los más frecuentes– a pesar de que los mismos debieran ser seña de identidad inexcusable de todo político.
Es indudable que, sin minusvalorar la responsabilidad que corresponde a cada uno de nosotros a la hora de emitir nuestro voto, quienes nos representan en las instituciones, por el poder que les damos al otorgarles nuestra representación, tienen una responsabilidad mucho mayor, bien sea dentro del partido político del que forman parte, bien sea dentro de los órganos de representación en los distintos estamentos políticos de nuestra Nación. Esta responsabilidad les acompañará, para bien o para mal, durante mucho tiempo, pues un día, cuando hagan examen interno de sus actos y de las decisiones que adoptaron, se podrán congratular de las mismas o se lamentarán de ellas, mucho más cuando, en este último caso, comprueben la verdadera opinión de algunos, o muchos, de los que les rodean y, quizás, ahora permanecen callados.
Y es que es seguro, ante la gravedad de la situación política del momento actual, que los ciudadanos mantendremos en nuestra memoria durante mucho tiempo a quienes votaron en el Congreso de los Diputados a un presidente que mintió, una y otra vez, cuando pidió el voto en las últimas elecciones generales –y que les ha dejado también a ellos por mentirosos, pues la mayoría de ellos se presentaron a las elecciones diciendo a sus propios votantes lo contrario de lo que ahora están aprobando en el Parlamento–; como tampoco olvidaremos en mucho tiempo a los ministros y altos cargos del Gobierno o del PSOE que una y otra vez dijeron que la amnistía y demás prebendas solicitadas por los independentistas catalanes eran totalmente inviables, por ilegales e inconstitucionales –cuya motivación defendieron y razonaron de forma reiterada y convincente desde sus altas magistraturas– para ahora decirnos, sin ponerse colorados, que todo es posible y hasta conveniente.
Y es que será muy difícil que olvidemos las múltiples intervenciones de ministros de primera fila como eran los de Interior, con su 'no' rotundo a la amnistía, o el de Seguridad Social con la absoluta imposibilidad de transferir la Seguridad Social al País Vasco, o la de Hacienda con la afirmación de que ni un duro perdonaríamos a Cataluña de su deuda, o la entonces portavoz del Gobierno, o al ministro de la Presidencia o a Patxi López y tantos y tantos como hicieron rotundas declaraciones y que ahora se desdicen de forma no menos rotunda defendiendo todo lo contrario de lo anteriormente dicho.
Algún día, cuando Sánchez ya sea historia, muchos de los que ahora le aplauden y, sobre todo, muchos de los que con su apoyo en el partido y su voto en el Parlamento le permiten hacer lo que está haciendo, con el único y exclusivo fin de saciar su sed de poder, su ego y su soberbia, se darán cuenta del error cometido y del enorme daño que han hecho a España. Y ese día sentirán vergüenza, aunque el problema que tendrán es que al no encontrarla tendrán que dedicarse a buscar donde la dejaron olvidada el día que decidieron apoyar a quien mintiendo descaradamente a los electores, y posiblemente a ellos mismos, obtuvo los votos necesarios para luego pactar, en contra de lo prometido, con quienes solo buscaban, al igual que él, sus propios intereses, aunque ello supusiera la división entre los españoles, la desigualdad entre los territorios de España y sus habitantes, el agrietamiento de nuestra democracia y la voladura de nuestra Constitución.
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