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En la primera quincena de este mes de octubre ha habido dos fiestas en España en las que se habrán reunido, como hacen todos los ... años, las familias de la Policía Nacional y la Guardia Civil para celebrar sus santos patronos, los Ángeles Custodios, la primera, y la virgen del Pilar, los segundos, en las que habrán compartido un día importante en su calendario laboral y de vida en común, al igual que cualquiera de nosotros hacemos en nuestra propia vida personal y familiar. Fiestas que comparten con quienes ya jubilados les antecedieron en ese mismo empleo, además de recordar a aquellos que en acto de servicio no dudaron en entregar su propia vida en defensa de nuestras libertades y, por ello, merecedores de perpetuo reconocimiento por parte de toda la sociedad.
Los que hemos tenido la suerte de conocer de cerca a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado –yo diría, más bien, los que hemos tenido el privilegio de conocer y tratar directamente a las personas, y también a sus familias, que integran nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado– sabemos de su trabajo, de su dedicación y de su lealtad. Compartir con ellos tales efemérides, desde la proximidad o la lejanía física, pero siempre desde la plena y total cercanía afectiva, es algo tan natural como gratificante, como lo es compartir con familiares y amigos cualquier celebración en la que la empatía y el afecto están presentes como algo natural y sentido.
Ahora, sin embargo, hay quien parece que en vez de agradecer los servicios que diariamente nos prestan a toda la colectividad tales personas –pues por encima de su profesión son personas, con sus familias y necesidades materiales y afectivas, igual que tú y que yo– se dedican a denigrarles y maltratarles, no ya solo pretendiendo quitarles muchas de sus competencias para la defensa de sus personas en el ejercicio de su trabajo sino para la defensa de nosotros mismos, los ciudadanos de a pie, a los que sirven y a los que pueden dejarnos indefensos al prohibirles o, al menos, limitarles grandemente el ejercicio de la violencia –que no debiéramos olvidar que en un Estado de derecho es en sus fuerzas de seguridad donde debe radicar en exclusiva aquella, con el control, como tienen, del Poder Judicial– sino que además se hace de forma insolente e insultante, dejando que sean quienes hasta ahora han ejercido el terrorismo, y aún ahora lo alaban y festejan, quienes decidan que pueden hacer, y como deben hacerlo, nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad.
No me imagino como podrán actuar los funcionarios de referencia si mañana se aprueban (espero que no suceda) las modificaciones en la Ley de Seguridad Ciudadana pactadas por el Gobierno del señor Sánchez con Bildu –y que, para más cachondeo, a los de Podemos y otros grupos similares integrados en el Gobierno, o próximos a él, les parece poco y por ello pretenden arañar aún más en su posible modificación–, cuando miles de individuos asalten las vallas de Ceuta o Melilla y entren por la fuerza en territorio español. Por supuesto, olvidémonos de que puedan enfrentarse a los grupos violentos que campan por España, incluidos okupas varios y defensores de terroristas, así como de que puedan actuar eficazmente si mañana un grupo de gente normal que salga a manifestarse en defensa de sus ideas –sean éstas políticas, económicas, sociales o religiosas– y sean atacados por violentos contrarios a los mismos.
Es por ello que solo cabe decir a los responsables políticos que ya vale, que ya está bien. Que se dejen de palabrería vacía e igualen de una vez las retribuciones de la Policía Nacional y de la Guardia Civil a las de los cuerpos similares del País Vasco y Cataluña. Que se dejen de palabrería altisonante y declaren la profesión de policía nacional y guardia civil de alto riesgo, de forma análoga a como ya lo tienen reconocido los cuerpos similares autonómicos y hasta la Policía Local, pues, aunque a muchos pueda sorprenderles, estos profesionales aún no tienen tal reconocimiento. Que se dejen de palabrería hueca y pongan manos a la obra para dotar de material adecuado –el mejor y más idóneo para luchar contra los delincuentes, en tierra, mar o aire– a nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Que se dejen de palabrería vana e inviertan lo preciso para que las comisarías y dependencias oficiales de los cuarteles de la Guardia Civil tengan la dignidad que corresponde y los mejores medios para el cumplimiento efectivo de sus funciones. Que se dejen de más bla, bla, bla... y doten las viviendas de la Guardia Civil de la calidad que cualquier ciudadano corriente exigimos. Que se dejen, en definitiva, de lisonjas y palmaditas y haciendo la mejor Policía posible, que mimbres personales para ello tienen de sobra, puedan éstos decir a los delincuentes: se acabó, hasta aquí hemos llegado.
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Ana del Castillo
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