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Con motivo de la constitución de los grupos políticos en el Congreso de los Diputados, después de las elecciones celebradas en julio pasado, hemos visto cómo algunas formaciones cedían diputados a otros partidos para que pudiesen formar un grupo propio, poniendo así de manifiesto una ... práctica que, aunque avalada por la mayoría de la Mesa del Parlamento, no deja de ser de difícil comprensión para el común de los ciudadanos que vemos cómo nuestros representantes hacen lo que en cualquier otra actividad calificaríamos simplemente como «trampas».
¿Cómo puede calificarse que quienes están encargados de hacer las leyes que a todos van a obligarnos hagan los enjuagues que hacen para constituir sus grupos dentro del Parlamento? Si el reglamento del Congreso establece que se precisa un determinado número de diputados para constituir un grupo parlamentario, ¿por qué se permite que cuando no alcanza tal número pueda hacerlo mediante la práctica tramposa de que se los preste otro partido que disponga de suficiente número para ello? Igual sucede cuando un partido no ha alcanzado el tanto por ciento de votos que el reglamento exige para constituir grupo parlamentario propio, con lo que nuevamente entra en acción la práctica tramposa de que otro partido le preste los diputados que precise y que pertenezcan a las circunscripciones donde aquel no alcanzó los votos necesarios.
Si lo anterior ya resulta escandaloso, ¿como puede calificarse a los diputados que habiéndose presentado en una provincia por un determinado partido político –partido político para el que ha pedido el voto y la confianza de los electores– luego se presta a abandonarlo para unirse a otro distinto y juntos formar un grupo político diferenciado del que ha constituido el partido por el que se presentó a las elecciones?
Claro que si esto anterior es difícil de comprender, y mucho menos de admitir, ¿cómo puede entenderse que a los cuatro días de que estos citados diputados hayan hecho ese extraño viaje se vuelvan nuevamente a su grupo de procedencia? Pero, eso sí, dejando constituido un nuevo grupo político, el cual, aunque se quede sin el número de diputados que se precisaban para su constitución, ahora se le permite continuar y actuar con plena normalidad.
Si aplicásemos a estos los criterios con los que normalmente calificamos a quienes abandonan un partido para trabajar en favor de otro, lo lógico sería calificarles de «tránsfugas».
Claro, que ya metidos en calificativos, difícil es valorar el comportamiento que los mismos tengan mientras permanezcan en otro grupo político diferente del que constituyó el partido por el que se presentó a las elecciones, ya que si vota conforme a como lo haga éste estaría traicionando al nuevo grupo en el que se ha integrado, y si lo hiciera con éste último estaría traicionando al partido que le presentó en sus listas y, por supuesto, a aquellos electores que le concedieron su voto. En todo caso, «traidor».
Por supuesto, ni una cosa ni la otra, ni el transfuguismo ni la traición, representa ningún problema para tales diputados, dado que todo ello se hace con el consentimiento de sus jefes de filas, pues los mismos, al final, son simples peones al servicio de los intereses de los correspondientes partidos políticos. Es muy posible, por ello, que, visto desde la altura del Parlamento, tales comportamientos no dejen de ser un juego en el que quienes participan siempre ganan, pues quienes no obtuvieron en las elecciones los votos necesarios para luego constituir el correspondiente grupo parlamentario, con los beneficios y ventajas que ello representa, obtienen éste por medio del cambalache descrito y, a cambio, prestan apoyo a quien les haya hecho el favor. En resumen: 'yo te doy, tú me das, todos contentos'.
El problema, sin embargo, radica en que esto lo ve el ciudadano, al que luego se le exige ejemplaridad en su comportamiento, al que si hace una trampa en su vida personal es castigado por las leyes aprobadas por quienes nada más llegar al Parlamento se han comportado de esta manera censurable.
Si los dos grandes partidos, PP y PSOE, quieren facilitar que el mayor número de fuerzas políticas que se presenten a unas elecciones generales tengan grupo parlamentario propio, lo lógico es que modifiquen previamente el reglamento del Congreso –y, en su caso, el del Senado– pero una vez en vigor el mismo no hagan trampas y cada uno tenga lo que los ciudadanos les dio en las urnas.
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