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Se acabaron las fiestas navideñas, esa época que comenzó con la llegada de ese viejecito de barba blanca que vino hasta nosotros en un trineo ... tirado por renos e impulsado y promocionado por la alta política comercial y no terminó hasta que llegaron nuestros queridos y tradicionales Reyes Magos. Unas fiestas, cómo no, tan esperadas por todos los que por unas u otras circunstancias viven alejados de sus seres queridos y han aprovechado las mismas para reunirse y convivir en lo que indudablemente son las fiestas familiares por excelencia. Unas fiestas de añoranza para todos aquellos que estando lejos de su tierra no pudieron volver a ella y tuvieron que pasarlas lejos del ambiente de su niñez. Unas fiestas, y es la razón fundamental de las mismas, en la que celebramos, aunque muchos quisieran obviarlo y, si pudieran, eliminarlo de raíz, el nacimiento de un niño al que los cristianos reconocemos como el hijo de Dios y que con su presencia en la tierra dio lugar a un cambio en los valores éticos, morales y de conducta por los que muchas personas nos regimos.
Volvemos por tanto a la normalidad y a quejarnos, seguro que con razón, de lo mucho que hemos gastado y de lo dificultoso que nos va a suponer ahora pagar esos créditos que con la alegría del momento hemos obtenido sin tener en cuenta que ahora habrá que devolverlos.
Volvemos a la normalidad y a lamentarnos de que algún miembro de la familia no haya sido más comedido en sus opiniones políticas contribuyendo con ello a crear mal rollo en las cenas familiares y a generar tensiones y dificultades en nuestras relaciones familiares que tardarán un tiempo, si es que lo hacen del todo, en cicatrizar.
Pero sobre todo volvemos a la normalidad de nuestro trabajo, a nuestras conversaciones habituales, a retomar nuestra vida cotidiana, a fijarnos nuevamente en lo que sucede en el mundo y lamentar la crueldad del hombre con el hombre al ver cómo continúan las guerras que ni tan siquiera en estas fechas fueron capaces sus impulsores de paralizar. Volvemos a la normalidad de ver cómo unos terroristas, los yijadistas de Hamas, no tienen inconveniente en seguir reteniendo como rehenes a un grupo de personas inocentes a pesar de que ello conlleve una actuación represora por parte de sus oponentes, el Gobierno de Israel, en la que hombres, mujeres y niños inocentes mueren diariamente bajo las bombas de sus aviones o bajo el fuego de sus soldados cuando no de hambre, sed o frío, mientras muchos alimentos se pudren sin ser autorizados a entrar en la Franja de Gaza. Volvemos, en fin, a una normalidad en la que Ucrania sigue sufriendo la sinrazón de un despiadado líder ruso, el presidente Putin, al que poco le importa, más allá de su ego personal, la vida de los demás.
Volvemos también, cómo no, a la normalidad de la vida dentro de nuestra Unión Europea, con sus múltiples ventajas para nuestro bienestar como elemento dinamizador de nuestra sociedad pero, también, como elemento limitador de muchas decisiones, sean éstas desde los productos que podemos o no cultivar y hasta la forma de hacerlo, lo que podemos o no pescar y en qué cuantía, pasando por los animales salvajes, entre ellos el lobo, que debemos proteger a pesar de los perjuicios que diariamente causan en nuestra ganadería.
Volvemos, faltaría más, a la normalidad de la vida de nuestro país, en el que, en palabras de nuestro Rey, el ruido de la atronadora contienda política impide escuchar a sus contendientes, nuestros políticos de uno y otro signo, el auténtico pulso de la ciudadanía. ¿Es que acaso aquellos no ven los problemas que los ciudadanos normales, principalmente jóvenes, tienen para acceder a un trabajo acorde con su formación y a un salario que les permita vivir dignamente? ¿Es que no ven los problemas que tienen muchos españoles, jóvenes y no tan jóvenes, para acceder a una vivienda digna, sea ésta en propiedad o en alquiler? ¿Es que no ven el problema de la inmigración irregular y la situación de indefensión en que muchos de ellos, cuando logran llegar a nuestro país quedan, durante muchos años, en total desamparo y segura explotación?
Sí, volvemos también a la normalidad de nuestra región, en la que para muchos de sus políticos en vez de ayudar a dar solución a nuestros problemas parece que lo único que cuenta es contentar a los jefes que les nombraron y a los demás, los cántabros de a pie, pues que nos zurzan, que mientras los de Madrid estén contentos todos contentos.
En fin, volvemos a la normalidad de un nuevo año y, por ello, tal y como seguro hemos hecho cada uno de nosotros en las múltiples felicitaciones que durante estas fiestas hemos dado a nuestros amigos y conocidos, yo también quisiera desear a mis amables lectores salud, mucha salud, y bienestar, para que dentro de un año podamos volver, todos juntos, a celebrar una nueva Navidad.
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Ana del Castillo
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