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Define el 'Diccionario marítimo español' al corso como «la navegación en busca de piratas y embarcaciones enemigas, apresándolas cuando se encuentran». Y la Real Academia al corsario como el capitán o miembro de una tripulación «que andaba al corso, con patente del Gobierno de su ... nación»; al pirata como la «persona que, junto con otras de su misma condición, se dedica al abordaje de barcos en el mar para robar»; al bucanero, como el «pirata que saqueaba las posesiones españolas en América»; al filibustero, como el «pirata que actuaba en el mar de las Antillas» en el siglo XVII; e, incluso, reconoce un término, pechelingue, como sinónimo de «pirata en Hispanoamérica».
En cualquier caso, corsarios, filibusteros, bucaneros, pechelingues y piratas, distan mucho de corresponder a la imagen romántica, salvaje y libre de Byron (él mismo corsario) o Espronceda, o de los relatos de autores como Salgari con su 'Corsario Negro' o su pirata malayo Sandokán con su amigo portugués Yáñez de los 'Tigres de Mompracen', Stevenson y su John Silver de la 'Isla del tesoro', Poe, Conrad, Melville, Hodgson o Conan Doyle. No, no eran, ni son los piratas reales los descritos por la literatura, o pot la pintura o por la música. Al contrario, en un añadido la RAE define al pirata como «persona cruel y despiadada». Y, así, sí son los piratas.
Términos que confunden en la historia el mito y la realidad, porque el corsario, con el apoyo legal del estado que lo respaldaba, a conveniencia se metamorfoseaba en pirata, bucanero o filibustero, abandonando las leyes de la guerra, de la neutralidad y del mar, del trato a los enemigos capturados y del reparto de sus bienes. Corsarios regulados en España por ordenanzas navales como la del año mil ochocientos uno, la cual detallaba sus acciones de combate, el valor de sus presas, la condena de la violencia innecesaria con los vencidos, y el pendolaje cuando era como apropiación indebida de los efectos de la cubierta del barco apresado. Y hasta señalaba las víctimas del corso: navíos piratas, sublevados, de pabellón distinto al que les correspondía, sin patente o con patente expedida por adversarios de guerra.
Nuestra región de La Montaña es tierra de mar y puerto de Castilla. Y cuna de piratas y raqueros: en 1308 nuestro rey castellano Fernando IV afirmó que los «marinos vascos y montañeses, tan instigados por el Diablo, atacaban a naves de cualquier bandera en cualquier puerto entre los finisterres gallego y cornuallés». A lo que se suma, como culmen de la despreciable figura del pirata de nuestras costas cantábricas, la traidora y sanguinaria técnica del 'raque' (origen del término raquero que popularizó nuestro Pereda en su 'Sotileza): las negras noches de galerna los piratas cántabros encendían hogueras en los acantilados para engañar a los veleros que, confiados en entrar en puerto, naufragaban en los escollos y bajíos de la quebrada costa.
Pero, también la historia inmortaliza a heroicos corsarios montañeses y vascos que el siglo XVIII combatieron a los piratas franceses e ingleses que devastaban Santander, Laredo y Bilbao. Así, la goleta 'Nuestra Señora de la Consolación' y la corbeta 'De Repente' derrotaron en desigual lid a tres fragatas francesas; el navío santanderino 'La Flecha' apresó valiosas fragatas inglesas como la 'Orión'; el bergantín montañés 'El Batidor' en 1800 rindió en desigual desafío a la más grande fragata inglesa 'Speculation'; como el bergantín 'Nuestra Señora del Carmen' de Guarnizo y la flota de corsarios del conde de Campogiro, compuesta por los citados bergantín 'Volante' y corbeta 'De Repente', además de las fragatas 'Cantabria' y 'Flor de mayo' liberaron del acoso francés e inglés a nuestros barcos españoles en la ruta de ultramar. Corsarios montañeses que alternaban el comercio del mar con las colonias hispanoamericanas desarbolando piratas, bucaneros, filibusteros y corsarios, y haciendo presa de sus cargas y pabellones. A ellos se suman navíos con patente de corso montañesa como 'San Fernando', 'San Pedro', 'Graciosa', 'La Esperanza' o 'Santos Mártires', que también midieron armas contra las marinas inglesa y francesa. Y defendieron Santander y su costa hasta el final de la guerra civil de la Independencia, cuando uno tras otro acabaron derrotados por la maquinaria naval inglesa.
Siglos después, embarcado en la fragata 'Numancia', integrada en la Operación Atalanta 2024 contra la piratería en el océano Índico, he recordado cómo antaño la piratería asoló nuestras costas cantábricas y practicó el nefando raquerismo. Y desde estos yermos litorales del Cuerno de África y África oriental infestados de piratas, honran estas líneas a los marinos montañeses que en los océanos defendieron la paz y la libertad de Santander y nuestras gentes del mar contra los piratas.
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