El factor humano como revulsivo
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Sánchez ha convertido una reflexión precipitada por el acoso emocional en un debate sobre la demonización del adversario que sufre la políticaEn las próximas horas Pedro Sánchez anunciará su decisión -si dimite o no-. Lo hará tras sentir el apoyo unánime del PSOE, aún convulsionado por el giro dramático que han tomado los acontecimientos. Existe una gran incertidumbre al respecto entre quienes ven detrás de ... esto una estrategia planificada y calculada y quienes piensan que es la consecuencia de un arrebato emocional del presidente al verse desarbolado por la situación anímica de su esposa, Begoña Gómez, en el punto de mira de determinados ataques que tienen pies de barro.
Desde el punto de vista político, resultaría lógico que Sánchez volviera a exhibir sus dotes de resistente, se quedara y no abandonara el barco apenas ha zarpado del puerto. No puede dar esa enorme baza a sus adversarios. Ahora bien, la variable humana ha entrado de lleno y no hay que descartar una renuncia. Esta dimisión en diferido pretendería lanzar un mensaje claro a la opinión pública. En primer lugar, que no todo vale en política, que hay límites que no se deben traspasar nunca y que el ataque a su esposa es un ejemplo palmario del deterioro ético que se ha sufrido en los últimos tiempos en España, en donde una amplia parte de la derecha ha construido una estrategia de demonización del adversario y deslegitimación del Gobierno de coalición de la izquierda que ha fracturado la sociedad.
La marcha de Sánchez permitiría al PP una evidente victoria. Acabar con él, lo que no ha logrado por la vía electoral democrática. Pero la desaparición del sanchismo puede también alterar el tablero de juego para todos. Si algo parece claro es que su salida de la sala de máquinas del poder no va a suponer la convocatoria de unas elecciones anticipadas que pudieran abrir la puerta automática a un bloque PP-Vox. Lo lógico es que la mayoría de investidura progresista vuelva a dar su confianza a un candidato o candidata del Partido Socialista pero sin repetir extenuantes negociaciones que al final desgastarían a todos y que solo precipitarían unos comicios con altísimo riesgo de derrota electoral.
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La operación encierra evidentes peligros. El presidente intentaría demostrar que la caricatura que se ha hecho de él como un psicópata del poder era una deformación del personaje. Nos trasladaría una imagen vulnerable de quien ha sentido tan profundamente el acoso a su esposa que, contra todo pronóstico, ha decidido hacerse a un lado. No estamos acostumbrados a la fragilidad de los líderes.
Ahora se especulará mucho sobre las verdaderas intenciones de todo esto. Se hablará de una maniobra que tiene como último objetivo colocar a Sánchez al frente del Consejo Europeo. Todo es factible. Pero el precio que paga, que ya ha pagado, haga lo que haga, es gigantesco. La socialdemocracia europea vive horas bajas frente al avance de las derechas populistas y Sánchez tiene un amplio crédito internacional y en la escena europea como para jugar un papel determinante en los nuevos equilibrios mundiales. Pero ya nada será igual que antes.
En las próximas horas sabremos si el presidente del Gobierno hace de la necesidad virtud y convierte el acoso que suscita en la derecha -con una furia solo comparable a otros referentes históricos como Azaña o Largo Caballero- en un combustible para la 'resistencia democrática'. Llevar a la sociedad española el maniqueísmo extremo es un ejercicio inconveniente para todos.
Un relevo, por ejemplo hacia la vicepresidenta María Jesús Montero, supondría la continuidad de la legislatura pero a la vez rodeada de muchos riesgos. Veremos hasta qué punto Puigdemont deja caer al Gobierno, por la cuenta que le trae teniendo en cuenta que la ley de amnistía planea sobre la atmósfera. La victoria del PP-Vox derogaría la iniciativa y supondría un evidente vuelco en el escenario catalán en un contexto en el que la victoria presumible del PSC ha abierto tímidas expectativas de reorientación de un complejo laberinto.
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