Alegato

A pesar de las colas para repostar combustible (el litro está casi a precio de aceite de oliva virgen extra); del abarrotamiento de ciertas playas; de la 'pelea' necesaria para conseguir una mesa en restaurantes y bares; de la utopía del aparcamiento en zonas concurridas... y demás incomodidades que van adosadas a esta temporada, amo el verano.

Aunque vengo del frío de las montañas -mi piel está curtida y acostumbrada a las temperaturas bajas-, prefiero el sofoco a la rasca. Ansío el estío sobre todo por el calor, esa palabra tan esquiva en mi amado valle de Campoo. En mi infancia, recuerdo ir al Sanjo -mi colegio- con el pijama por debajo de el traje de nieve. Me viene también la imagen de llegar a clase con el pelo totalmente cristalizado por el hielo debido a mi animadversión hacia el secador. Y me sacudía los pequeños carámbanos que iban cayendo sobre el pupitre formando una mini cordillera con esquiadores imaginarios.

Cantabria está de moda, no hay duda. Cada vez aparece en la hoja de ruta veraniega de mas gente. Muchos visitantes nos han descubierto estos años atrás, cuando el virus canalla no dejaba viajar al extranjero y se quedaban dentro de los límites de la península. Y aunque alguna vez escucho y leo a una minoría quejarse por ello -cosa que, por supuesto, respeto-, lo bueno hay que compartirlo. Tengo muchos amigos con negocios de hostelería, comercio... que este periodo les hace sacar adelante el balance anual. Creo que el bien común es total ante este nuevo panorama.

Callejear, terracear, nadar, bucear, navegar... Se queda pequeño este espacio para enumerar las bondades que se nos presentan estos meses.

John Mayer, al que tanto escucho y admiro, canta en su canción 'Wildfire' que «un poco de verano hace que todo el año valga la pena».

Querido lector, que vaya usted por su verano con el viento a favor.