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Estos días pasados fueron muy especiales. Quizá la Semana Santa más inquietante, desconcertada y feliz de las que uno recuerde. Y si no fue 'la alegría de la huerta' es porque no eran fechas propias... pero se le pareció mucho. Ya era hora, aunque en ... un principio la gente salió en masa un tanto nerviosa y sin saber a qué atenerse, con cierta contención por la inflación y cierta medicina preventiva en el divertimento por miedo oculto, en días reservados para el silencio y el recogimiento.
Salíamos de dos años de encierro temeroso y de mucha vacunación y desasosiego para en un abrir y cerrar de ojos estar en otra historia, aún con el corazón espinado de tantos que nos dejaron, pero en otra historia.
Mucho cambio en todo, también en las costumbres, con los lugares de ocio vacíos dentro y abarrotados fuera en las terrazas, conquistando la calle para todos, a costa de un frío inmisericorde llevado con alegría. A la gente se le ve contenta ahora y a los propietarios de bares, cafeterías y restaurantes felices, después de tanta ruina, al haber doblado o triplicado sus metros cuadrados a costa del suelo público y de la complacencia de los mandatarios municipales con permiso ciudadano para cederlo. Contentos todos y si la gente prefiere comer con abrigo y bufanda, pues con abrigo y bufanda y además con gorrito, sólo faltaba. Los caprichos de la gente son tan legítimos como inexcrutables.
Es que la vida huye y no se detiene ni un instante y hay que aprovecharla sabiendo como sabemos que es secreta la fecha de «irse», que diría Lola Flores, y el desconocer la fecha de marcha de este mundo obliga a buscar con cierta prisa en los bolsillos del buen comportamiento las fichas para la conducta decente del camino y consultarlas. Existen datos ahí que nos hará mejores y pueden cambiar muchas cosas a nuestro alrededor aunque conozcamos ante las adversidades, como Cervantes decía, «lo que el cielo quiere que suceda no hay diligencia ni sabiduría humana que lo pueda prevenir». Pero sí sabemos distinguir entre lo bueno y lo malo y optar para tirar de nuestra vida por el cauce de lo valiente o por el de los acobardados.
Entre las cualidades del hombre existe una que es sin duda la más valorada de cuantas se pueden poseer: la valentía. El ser valiente y ejercitarlo se traduce siempre en un comportamiento honesto, moralmente apreciado, que si se descubre tiene siempre premio y supone un distintivo que va en el paquete de la generosidad si lo posee una persona o del heroísmo si lo posee un pueblo como estamos viendo estos días en Ucrania, con la capacidad de afrontar las cosas de la vida de frente. La cobardía, sin embargo, solo es ejemplo de frustración y de deshonra produciendo una soledad brutal y temerosa.
Para verlo bien, han sido idóneos estos días de Semana Santa, la parada silenciosa del año, para poner las cosas en su sitio (por ejemplo las mascarillas en el cajón y los comisionistas en los juzgados) y para reflexionar.
Es el mejor momento para la meditación y el recogimiento que purifica las conductas y además se puede hacer incluso en medio del bullicio vacacional y el ambiente ruidoso.
Nada impide para que todos, creyentes y no creyentes, preciemos la lección de vida que Jesucristo ofreció y tomarlo en consideración tanto por los cristianos como por los no cristianos. Todos podemos ver en el sacrificio y la muerte de Jesús un ejemplo y actuar con la nuestra en consecuencia. Es que en estos días se puede observar todo ya con perspectiva tras la salida del período tan duro de la pandemia, que tanto sufrimiento originó y con el escarnio de una guerra injusta en vecindad tan terrible como cruel que no queremos ni deberemos de olvidar. Por ello, estos días nos recordaron el camino de Jesús hacia El Calvario, lleno de dificultades en su viacrucis admirable, que en España se nos muestra en todo su esplendor procesionando entre la emoción y el silencio con toda la pureza ilusionada del cofrade.
Así salieron a nuestras calles innumerables pasos de Cristo en procesión: el Cristo de Los Niños, Cristo de Medinaceli, Cristo Redentor, Cristo de Las Tres Caídas, Cristo de Los Gitanos, Cristo de Mena, Cristo del Consuelo, Cristo de La Encina, Cristo de Las Batallas, Cristo de Carrizo; Cristo del Caloco, Cristo del Otero, Cristo Muerto, Cristo Yacente... con nuestro Cristo de Limpias imponente en la cruz y los fieles afectados y doloridos después de dos años de ausencia y estremecidos por una guerra ahí al lado. Qué Dios nos ayude, que falta hace.
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