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Comida rápida. Sexo urgente. Relaciones de usar y olvidar. Música de oír y tirar... Vivimos (?) tiempos veloces. Es difícil no sentir vértigo al cerrar la puerta de casa antes de saltar a la calle. Quedarse dentro y asomarse a las redes sociales tampoco alivia la ... sensación de mareo. Ver el telediario echa mas gasolina a la hoguera de nuestros miedos...
Estas últimas jornadas siento mis tripas especialmente revueltas. Parece que vienen bien dadas. Pero uno no termina de fiarse del todo. Me considero un tipo más optimista que lo contrario. Pienso como un amigo mío que dice que la vida es una mierda maravillosa. Algo así como un optimista informado y por momentos informal. Pero últimamente no sé por dónde va a venir el golpe.
Decimos adiós (ojalá sea un hasta nunca) a las mascarillas, se acerca el verano (bálsamo infalible para todo tipo de dolores de alma)... En lo personal arranco una nueva gira el próximo miércoles en el mítico Festival Viña Rock (por fin con público de pie), celebro veinticinco años de la grabación de mi primer disco (por entonces calzaba dieciocho relucientes años). Daremos una vuelta a la Península haciendo cumbre en el Wizink Center (me gustaba mas cuando decíamos Palacio de los Deportes) de Madrid...
¡Pero qué rápido va este asunto de vivir! En un pestañeo me siento cerca de la palabra 'veterano', aunque lejos de la palabra 'viejuno'. Eso sí, con la pasión del 'novel'. La sentencia más acertada -en mi opinión- del gran Lennon es rotunda: «La vida es eso que pasa mientras estamos haciendo otros planes».
Supongo que me cuesta creer que todo va a parecerse a nuestra vida prepandémica; éramos más felices y, ¿de verdad que no lo sabíamos? No hay que perder algo para valorarlo, pero sólo lo perdido duele profundo. Creo que ya no somos los mismos. No sé si mejores o peores, pero somos distintos. Me entrego a todo lo bonito que me ofrece la vida con la pasión desmedida del hooligan, «ahora todo sabe mejor» y todas esas frases hechas que nos repetimos casi a diario. Pero no termino de fiarme del destino. Aunque mejor no enfadarlo, ya que estamos en sus manos.
Esta noche, a través del cristal, cae fuerte la lluvia. Tengo ganas de bañarme en el Puntal mientras veo salir por la canal un gran buque, de brindar al sol, de que los días sean largos, de que cese el fuego en Ucrania, de ver los rostros de la gente al pasar, de componer una nueva canción que me vuele la cabeza, de verle la cara a mi tercer hijo que se viene en días a este mundo extraño que no deja de dar vueltas ni de marearnos... Y de que la única ola que se venga sea una de las que nos trae el Cantábrico hasta la orilla, y no la enésima ola pandémica de nombre impronunciable.
En un poema de hace más de dos mil años Virgilio recitaba «tempus fugit» -«el tiempo vuela»-. Resulta poético que hablar del valor del tiempo sea atemporal. El aquí y el ahora. Estos son nuestros tesoros. Volar junto a él o dejarlo pasar sin más.
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