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Si pudiera verse el destino de Ecuador en una imaginaria bola de cristal el país caminaría por doble aunque confluyente dirección: hacia un Estado en descomposición carcomido por los cárteles de la droga, al estilo de México, y hacia una nación violenta ... a merced del sicariato, al modo de su vecina Colombia en las décadas de los 80 y 90. Ecuador milita en el grupo de los países pequeños de la región latinoamericana, por territorio, por población y por volumen económico. Siendo eso, la segunda o tercera división de la gran América tutelada por el patrón gringo del norte, sorprende que la primera visita de la primera gira del casi recién estrenado Secretario de Estado de los Estados Unidos, Antony Blinken, haya elegido Ecuador como punto de partida en su debut.
Pero no es tanto una sorpresa como una necesidad real. Los daños de Ecuador no son domésticos, sino universales. Todo está conectado en este mundo globalizado, de modo que la droga que se despacha camuflada en contenedores de mercancía desde los puertos ecuatorianos llega a Europa y EE UU poniendo también en riesgo su civilización. Seguramente la Administración de Joe Biden haya tomado cabal conciencia de que los males que corren por fuera acaban instalándose dentro cuando no se atajan de raíz.
Hace tan solo cuatro años que Ecuador mostró los primeros síntomas de penetración del narcotráfico; hoy exhibe todas las señales del contagio. Antes también existía delincuencia en todas sus escalas, pero no con la dimensión ni los rasgos criminales del sicariato, ni tampoco con el pánico social que ahora provoca. La visita de un Secretario de Estado norteamericano causa siempre entusiasmo en el país latinoamericano que lo recibe como signo de reconocimiento y distinción, pero la llegada de Blinken a Ecuador la pasada semana trasluce sin embargo motivaciones de otro calado. Cierto que ha hablado con el presidente ecuatoriano, Guillermo Lasso, de democracia y de cooperación, temas de ineludible elogio en los protocolos bilaterales, pero cómo combatir el crimen organizado transnacional ha ocupado buena parte de la agenda conjunta del encuentro.
Este punto se revela con el mayor acento. El narcotráfico y sus consecuencias, crueles al punto máximo del daño social, se expanden en un efecto dominó por los países latinoamericanos a la velocidad del rayo. Ecuador ha estado saltando a las portadas de los noticieros internacionales en las últimas semanas por algo que antes no ocurría.
Un motín carcelario entre rivales de los cárteles de la droga apresados dejó 119 muertos contados en un solo día, y aún siguen las vendettas con nuevos cadáveres. Los crímenes del sicariato irrumpen por oleadas. En el fin de semana del 16 y 17 de este mes hubo 12 solo en la ciudad de Guayaquil. El presidente Lasso, en el cargo desde el pasado mayo, ha sacado los militares a la calle tras decretar el estado de excepción en el país.
El último episodio de la abrumadora violencia resulta el más descarnado por su sentimentalismo: el asesinato de Álex Quiñonez, un orgullo del deporte nacional, uno de los mejores velocistas del mundo no pudo correr, triste paradoja, para evitar los disparos de los sicarios que lo balearon por error.
Las nefastas noticias eclipsan logros de mérito del reciente Gobierno del país. Aunque Ecuador roza el pleno en la vacunación nacional contra el covid, un hito en América latina, el presidente Lasso se expresa inquietante por otros derroteros: «En las calles de Ecuador hay un solo enemigo, el narcotráfico», ha dicho en un mensaje dirigido a la nación. Las condiciones del país lo dejan semidesnudo ante la veloz expansión del narcotráfico: vecindad con los países productores de cocaína, corrupción en las estructuras del Estado, debilidad de la inteligencia para la seguridad nacional, alta precariedad laboral, pobreza y un territorio dolarizado, lo que facilita el lavado de dinero.
Pero no es solo Ecuador quien está en riesgo, es el mundo quien lo está. El país ha entrado, ojalá pueda salir con ayuda de todos, en la estela transitada por Colombia, México, Venezuela y otras naciones que, con independencia de su relevancia y renombre, también existen, sufren y serán trampolín exportador del crimen organizado si el contexto internacional no se pone manos a la obra ante tremenda amenaza.
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