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El título de esta columna es el de un libro del novelista Milan Kundera cuyo encabezamiento, al menos, me hizo pensar mucho. Somos insoportablemente finitos. ... Hubo un momento en mi vida en el que me impactó el reparar en que ya jamás me daría tiempo a leer todos los libros que desearía. A aprender a tocar el piano. A estudiar Filosofía. Reparé en que cada vez me canso más. Cada vez aguanto menos.
Ahora, cuando me despierto, ya no pienso «un día más», sino «un día menos». Un día menos para conseguir dejar poso. Sé que no debería correr tanto. Pero todos tenemos una sabiduría que viene más por madurez y experiencia que por voluntarismo. Por eso no quiero que se me devuelvan las lágrimas que lloré. Bien lloradas están y no esquilmaron mi alma, sino que le confirieron una pátina de fortaleza.
Esas limitaciones y caídas nos hacen ver que somos finitos. Pensemos en la necia disociación que hacemos a veces de la vida profesional y personal, primando la relevancia de la tarjeta de visita en detrimento de la disponibilidad de sacar un lavaplatos. Esos que hoy son 'importantes', mañana 'no serán'. Esos ante los que hoy se inclina la cerviz, mañana dejarán de recibir besos en su anillo. A todos nos pasará y no tendrá ninguna importancia. Porque a veces hay que perder un poco el norte para poder encontrar el camino. Para poder encontrarse a uno mismo. Porque, como dijo Saulo de Tarso, «cuando soy débil entonces soy fuerte». Solo cuando sabes que hay una parte de ti finita y caduca te centras en esa otra parte tuya que puede trascender. En la que dejará poso. En la que será inmortal.
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