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Puede que aún quede algún envoltorio, caja o lazo en su casa por recoger, rémora de la efeméride del paso de los Reyes Magos. Sin perjuicio de que me dé cierto 'toc' (como dicen los jóvenes) ver cosas fuera de sitio, intento que esos vestigios ... por ahí tirados me hagan aspirar los últimos efluvios de un momento tan especial.
Ya entrada la noche del 5 de enero, me crucé mensajes con distintos compañeros. Todos tenían niños, con lo que todos esperábamos a que se durmieran. Y pensé que mucha gente en España estaría igual. Esperando a hacer su magia cuando llegara la quietud de la noche. Todos unidos por una misma y desinteresada conjura de hacer felices a unos enanos. Me vino un sentimiento de unión que restañó heridas de noches anteriores. Cuando Lala… ¡Chús! que, cual si fuera un estornudo, trajo a colación una estampa de 'Jesús'. Cosa que tampoco (espero) respondería a mala intención; mala intención que sí parecían llevar las reacciones a dicho acto: las condenas a la hoguera de unos, o las réplicas de otros diciendo que si los que se quejaron por el 'toro-Jesús' no deberían quejarse por las bombas de Israel o por los abusos de niños por los curas. Eso sí llevaba segundas y me dio pena. No lo juzgo, solo me da pena.
Qué gran contraste entre una noche como la de Reyes, en la que todos vivimos una (solo una) realidad que compartimos, y el resto de noches intrincadas. Al final todo se reduce a que la gente se preocupa más por poseer la verdad que por buscarla. Qué mágico se torna todo cuando todas nuestras verdades confluyen. Te hace pensar sobre si solo debería existir una. Como ya decía Machado: «¿Tu verdad? No. La Verdad. Ven conmigo a buscarla. Y la tuya, guárdatela».
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Ana del Castillo
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