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El otro día vi a Bryan Adams, que está de gira. Me reconcilié con el mundo. Pero pensé: ¿qué haremos en quince años, cuando no ... haya nadie capaz de llenar estadios repletos de camisetas negras y retrotraernos a aquella época donde rasgar una guitarra era sentirte un héroe? No me malinterpreten: aún confío en muchos músicos actuales. Pero los rockeros que se convirtieron en mito se nos irán pronto. Bryan Adams: 65 palos y un chorro de voz que te caes de culo. Metallica, con un Hetfield de 63 años. Bruce tiene 75 y está para entrar a vivir. Bono, de U2, 64 palos. Tyler, de Aerosmith, se acaba de retirar a los 76. Si a un príncipe se lo prepara desde niño para cuando haya de sustituir al rey, ¿no deberíamos estar preparando herederos para cuando estos tíos se vayan a cantar con Queen al Concierto Eterno? Porque la sombra que dejan estos gigantes envilece y ridiculiza a toda la panda que viene detrás. ¿Quién paliará nuestra orfandad musical? ¿Quevedo? A ver, cojones: Quevedo no es un cantante. Ni el escritor español de hace siglos… ni el fulano de ahora.

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