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Me he estremecido. Culpa de uno de esos videos que circulan por las redes sociales y que creí que no iba a soportar demasiado tiempo. Pero me he sorprendido enganchado a unas imágenes sin atractivo. Ni siquiera hay música, sólo personas que hablan y ... hablan. ¿Qué es lo que me sostiene ante este video del Instituto Cervantes, elaborado sin las acostumbradas filigranas visuales que tanto hipnotizan la permanencia de la mirada? Y la respuesta se inunda de palabras: «Astros y fuentes y flores/ no murmuréis de mis sueños…»; «olas gigantes que os rompéis bramando/en las playas desiertas y remotas…»; «serán ceniza, mas tendrá sentido/ polvo serán, mas polvo enamorado»; «nada de turbe/ nada te espante/ todo se pasa…»; «recuerde el alma dormida/ avive el seso y despierte …». El video está repleto de palabras, pero escritas y sentidas por Rosalía de Castro, Bécquer, Quevedo, Teresa de Jesús, Jorge Manrique, Góngora, Cervantes, Lope de Vega… palabras pronunciadas, y también sentidas, por Vicky Peña, Emilio Gutiérrez Caba, Francesc Anyó, María Galiana, Jordi Ballester, Carlos Hipólito, Arturo Querejeta, Alberto Closas, Amparo Valle…
Me he estremecido otra vez ante la belleza de las palabras de mi idioma, su riqueza cultural y gran potencial que atesora para unir a cientos de millones de personas en el mundo. Y aunque algunos se empeñen en acosarlo en su propia casa, estoy seguro de que la lengua que pienso, hablo y escribo es demasiado sólida para que nadie pueda destruir su alma. Ahí está el poderoso aliento de poetas inmortales para demostrarlo, como el del genial Góngora, que ante quienes tratan del gobierno del mundo y sus monarquías, a él le gobiernan sus días «mantequillas y pan tierno/ y las mañanas de invierno/ naranjada y aguardiente/ y ríase la gente».
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