![Alunizaje en la Tierra](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/201907/20/media/cortadas/opinion-luna-ka7C-U808007563434VH-624x385@Diario%20Montanes.jpg)
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Hoy hace medio siglo que conocimos a los primeros extraterrestres, propiamente dichos. Eran un individuo de Nueva Jersey cuya madre se apellidaba 'Luna' de soltera (Marion Gaddys Moon); otro de Ohio, cuya madre, para no ser menos, se apellidó 'Ángel' en alemán (Viola Louise Engel); ... y un tercero técnicamente romano, pues Michael Collins había nacido en la ciudad eterna en 1930, cuando su padre era agregado militar de la embajada estadounidense ante el régimen de Mussolini. No fueron extraterrestres mucho tiempo, porque en poco más de veinte horas tuvieron que regresar desde la Luna a su planeta azul y hacerse terrestres de nuevo. Pero habían sido los primeros humanos en ir hasta Selene, y dos de ellos los primeros en pasear por allí. Desde el ruso Yuri Gagarin, varios astronautas habían sido lanzados a orbitar, pero siempre en el campo próximo a la madre Tierra. Llegar a la Luna, y poder retornar, era otra cosa.
Apenas había transcurrido entonces un siglo desde la publicación, en el francés 'Diario de debates políticos y literarios', de la última entrega de la novela de Jules Verne 'De la Tierra a la Luna'. El autor futurista acertaría en el lugar de lanzamiento (Florida), el tiempo de viaje (cuatro días) y que sería una hazaña estadounidense (algo, que, en 1865, al término de una terrible guerra civil contra la secesión del Sur, no era tan de cajón). El 20 de julio de 1969, la NASA convirtió la ciencia-ficción en ciencia y planteó un nuevo desafío a los escritores.
Que recuerde, el ejemplo más antiguo de viaje imaginario a la Luna está en un relato de Luciano de Samosata, un escritor en lengua griega del siglo II de nuestra era que vivó en la Siria del Imperio Romano. Se titula 'Historia verdadera', porque Luciano era un hombre con sentido irónico, y fue pionero no solo de la literatura de viajes fantásticos, sino también de su uso para crítica social y moral, como haría más tarde Jonathan Swift con el cirujano Lemuel Gulliver.
Podríamos describir la diferencia entre las ciencias naturales y las ciencias humanas diciendo que las primeras buscan aterrizar en la luna y las segundas, alunizar en la tierra. Unas quieren poner pie en el cosmos extraño a nuestro espíritu y hacerlo familiar con sus fórmulas. Otras desean comprender la sociedad tan objetivamente como si el científico fuese un astronauta recién llegado, libre de toda idea preconcebida. Por este procedimiento de viaje fantástico, especialmente practicado por los antropólogos, se han descubierto muchos rasgos fundamentales de nuestra forma de ser, y se han rebajado los humos a nuestra soberbia civilización técnica al mostrar sus puntos en común, y a veces en desventaja, con sociedades indígenas, culturas no occidentales, y otras épocas.
El alunizaje en la tierra es, sin embargo, operación delicada. Los cántabros y españoles que estudian la historia de Cantabria o de España tienen la ventaja de la interioridad de la vivencia, el saber en la práctica ciertas cosas. Sin embargo, a menudo los mejores historiadores son foráneos. España ha sido magníficamente estudiada por extranjeros, sobre todo franceses, británicos, norteamericanos y alemanes. Con sus trajes de astronautas intelectuales alunizan en nuestros archivos y escriben historias que han llegado a ser un estándar para los propios hispanos. Basta pensar en figuras como Paul Preston y John Elliott (ambos doctores honoris causa en la UC), Raymond Carr, Fernand Braudel, Pierre Vilar, Inman Fox, E. Allison Peers o Henry Kamen.
Hay rasgos cotidianos que los naturales del lugar no consideramos sorprendentes, pero que sí llaman la atención a otros. Un filósofo sevillano salió vivamente impresionado de que las vacas de Cantabria pudieran pacer en semejantes pendientes sin caer rodando por los prados. En su jocoso comentario iba toda una teoría sobre la ganadería de montaña, su productividad y su futuro, es decir, la Cantabria interior 'vaciada'. Encerraba también, por extensión, lo que un astronauta no dejaría de observar: que tales desniveles, acumulados en abruptos pliegues entre el borde marino y la elevación mesetaria, tenían que hacer muy complicada la vida no solo a la vaca, sino también al vaquero, y en general a lo que dependiera de enlazar los puertos con las altas llanuras. Puede que también considerase que no está resuelto este problema de los selenitas cántabros y sus cráteres hundidos entre sierras circundantes.
Un jugador estadounidense de baloncesto que pasó alguna temporada en Torrelavega destacaba como rasgo más genuino el que la gente comía los alimentos de su propio huerto y de sus propias gallinas. En aquella época Carrefour ya no tenía misterios para la capital del Besaya, pero al extranjero urbanita le sorprendía que una ciudad aún tuviera acceso al mundo rural. Y seguramente una de las mayores transformaciones aún en curso de la vida cántabra es la pérdida del trato directo con la granja, sus bichos y sus plantas, por mucho que se adjudiquen algunos huertos urbanos. Este no liberarse de lo rural es señal de una urbanización poco intensa del territorio, pero al mismo tiempo plantea el reto de hacer que lo campesino sea contemporáneo. Cantabria necesita que la ciudad sea más ciudad, pero que el campo sea mejor campo.
Posiblemente el astronauta, al alunizar entre nosotros, se preguntase por qué el viento se quedaba sin valorizar energéticamente, así como las mareas, las olas, el sol, las lluvias y nieves. Manera de cuestionarse nuestra pasión por quemar aceites o gases traídos de otros continentes, en vez de aprovechar el megavatio local.
Ahora se vuelve a poner de moda la intención de ir a la Luna, o incluso a Marte. Es el destino de nuestra especie hacerse extraterrestre. Pero no hay que descuidar algunos buenos alunizajes en nuestro propio planeta, para enfocar problemas que no queremos ver, y que son como el Oviedo de aquel chiste, cuando un niño santanderino que ve salir una gran luna llena pregunta: «Papá, ¿qué está más cerca, Oviedo o la Luna?» Y el progenitor responde: «Pero hijo, ¿tú ves Oviedo desde aquí? Pues entonces».
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Ana del Castillo
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