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En nuestro país, esta España nuestra que cantaba Cecilia, siempre ha sido muy sencillo desde lo progre el ser o mostrarse antiamericano o mejor antinorteamericano. Fácilmente se vertían las culebras de la ira anticapitalista o antiimperialista. Existen en el pasado múltiples ejemplos de pública demostración ... antiamericana excesiva, paradigmática y hasta graciosa sino fuera por las consecuencias. Recordemos la que protagonizó Zapatero con su parte más baja de la espalda pegada al asiento y la mirada perdida.
Es cierto que ese ambiente 'antiyanki' se había ido cocinando a fuego histórico lento, que se consolidó cuando nos birlaron Cuba, nuestro amor de juventud, nuestra isla bonita, y lo hicieron con malas artes nunca del todo olvidadas. Pero que realmente ya había surgido mucho antes cuando nos ocuparon sus hoy estados del sur y sureste, que eran los nuestros del norte y noroeste en el virreinato, dominio que con tanto éxito y honra, a pesar de los agoreros, ejercimos durante 300 años: California, Colorado, Florida, Montana, Nevada, Nuevo México, Texas, Utah, Arizona y Oregón, tienen origen español o hispano como les gusta llamarnos por allí tradicionalmente, a veces con cierto menosprecio y la aviesa intención de minusvalorarnos sin apreciar que nada nos hace más felices como madre patria que somos, que nuestra relación con las naciones hermanas e hispanas de América que refuerza nuestra condición de europeos y sobre todo de colonizadores honestos, que tuvimos el gran acierto de mezclarnos con los indígenas, no como otros...
Pero con todo esto y a pesar de ello, muchos orgullosos españoles, la mayoría hemos sido siempre pronorteamericanos, mejorando nuestra opinión sobre ellos y a la vez siendo grandes defensores de su mundo sorprendente, libre y próspero y de su modelo socialeducativo fundamentado en valores democráticos y amparado por el respeto a la familia y a las leyes. Todo un espejo hasta ahora, pero «se les derritió la jugada», que diría Valdano, porque ya no son referencia en absoluto. Hasta aquí hemos llegado.
Porque, ¿cómo admirar y confiar en una nación que acuerda con los talibanes (lo hizo Trump) que podrían atacar a cualquier fuerza extranjera excepto a la norteamericana cuando como fieles aliados habíamos ido hasta allí a una guerra que no era la nuestra? ¿Cómo admirar y confiar en una nación que resuelve un conflicto político, diplomático y militar en Afganistán largándose en unos días, abandonando a sus aliados y dejando todo su sofisticado armamento en el regazo del enemigo? Por último: señor Biden, cuando hable con nuestro presidente, aunque le pirren las cámaras, tenga un poco de respeto y si usted por la edad es un poco duro de oído, párese de todas formas sonría, salude y camine conversando amablemente como exigen las normas de la diplomacia y de la buena educación, ¿de acuerdo?
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