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Parafraseando la novela del gran García Márquez 'El amor en los tiempos del cólera' creo que estos tiempos nos están demostrando que el amor, como ... manifestación explícita del cuidado y la dedicación a las personas que uno quiere, está produciendo efectos en su expresión más dura: proteger la vida, la calidad de vida de todos los seres queridos que tienen menos posibilidades de sobrevivir a una guerra.
Sigo haciéndome de cruces ante la realidad de personas, como tu y como yo, que les han desprovisto de todo lo preciso para una vida normal y que sin lo indispensable para casi sobrevivir son capaces de dar lo mejor de si mismos por sus mayores, por todas las personas a las que la huida les estaba vedado. Eso sí que es estar entre la espada y la pared; la espada de Putin con sus armas de destrucción masiva de ciudades y la pared de ser capaces de superar los esfuerzos de desplazamientos de miles de kilómetros.
En un caso está el fuego de las armas y en el otro el hielo de los fríos de un clima que no está hecho para hacer muchos amigos.
Quiero hablar de la guerra porque lamentablemente nos estamos acostumbrando a ella; en cierto sentido también nos pasó con el Covid cuando nos saturamos de noticias de cientos de muertes cada día o con el volcán de La Palma tras decenas de telediarios repletos de imágenes de lava y ceniza. No quisiera que en la guerra de Ucrania descontáramos también su impacto y nos acostumbremos a sus muertos, misiles y balas.
Demostrado está que la memoria, en el genero humano, tiene muy poco valor, pues seguimos repitiendo las mismas «hazañas» de un pasado que parecía irrepetible; si nada lo remedia esta guerra se va a cronificar hasta que estemos anestesiados y a partir de ahí Putin seguirá acorralando al país que cada vez tendrá menos derecho a este calificativo.
Desde que empezó la guerra nos rasgamos las vestiduras, pero cada vez nos queda menos tela que rasgar y corremos el riesgo de encontrar normal que Rusia bombardee tal o cual ciudad, que mate a varios cientos de civiles o que, el día menos pensado, se encarame a amenazar a cualquier otro país de los que consideran que es su imperio perdido y que están buscando desde 2014 con la anexión de Crimea. Si el dolor de esos corazones rotos de balas, que no de amor, se nos va durmiendo llegará un día en el que despertaremos con otra barbaridad y ya hemos visto que las fronteras de los países, para este individuo, son tan finas como papel de fumar. Este horror no puede quedar impune ni en los tribunales internacionales ni en nuestra memoria.
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Ana del Castillo
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