![Un barco para la huída](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2025/02/05/Imagen%20letras-U2201744843513Jb-U230772673808rBB-1200x840@Diario%20Montanes.jpg)
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«Luego el velo va disipándose/ como un revelador de lentos perfiles/ sombras cada vez más nítidas/ en el umbral de la música:/ cúpulas amarillas y un barco para la huida/ a punto de tocar con los nudillos las puertas del cielo».
Qué reveladoras del ... perfil de Ángel Sopeña resultan estas palabras, estos versos alumbrados por nuestro poeta hace ya tantos años, precisamente en este instante en que estamos oyendo el leve repiqueteo de sus nudillos en las puertas del cielo… No cabe llorar por Ángel Sopeña, ahora que acaba de subir a su particular barco para la huida. No. Sólo cabe contemplar desde el gran mirador ese último pasaje, asomarnos al balcón de la bahía y ver su estela en el agua difuminarse como lo hacían sus propios poemas en su consumada voluntad.
Ángel Sopeña siempre ha sido un poeta de la observación, capaz de sublimar y convertir en trascendentes, con tácito impresionismo, las emociones cotidianas. Todo el universo simbólico y discursivo de Ángel está al servicio de escenas, recuerdos y experiencias de su vida. Sopeña es, además, un poeta pausado y sereno, porque el nombre exacto de las cosas no sólo lo da la inteligencia, sino también el tiempo.
Sopeña fue un artesano que vivió para el oficio de escribir poesía, desconociendo las cuestiones más prosaicas –y a veces menos gratas– de ese oficio. Me recuerdo desplazándome a su casa en Torrelavega a lo largo de varias semanas, durante la composición de mi estudio sobre su poesía –'Escrito sobre el agua'– que apareció en 2002. Todo era sencillo allí, todo era sencillo en él. No había protocolos ni grandilocuencias; únicamente había su asiento preferido, su pequeño paseo hacia sus lugares habituales, sus papeles donde escribía silenciosamente mientras con sus ojos de felino perezoso evocaba olas, boyas, naves… o mientras escuchaba sus óperas y sus músicas de cámara.
No puede soslayarse la importancia de abril, su mes natalicio, en el más hondo espíritu que aleteaba en sus composiciones. Abril dejó un rastro significativo en varios de los poemas de Sopeña, e incluso sus preferencias declaradas por ciertas lecturas, como por ejemplo Eliot, no fueron tampoco ajenas a este influjo. Abrileña parece también la luz que tiñe los primeros años del poeta entre Santander y Valencia, «una luz cruel y bella de flores que estallan», una luz que condicionará todos los recuerdos que presiden sus poemas, balanceados entre el Norte y el Mediterráneo, entre una melancolía onírica y una memoria deslumbrada.
La poesía de Ángel, más allá de cualquier posible etiqueta, tenía señas de identidad propias que él entrelazaba hábilmente con sus temas preferidos: la tristeza (en relación con las propias vivencias), la música (que entremezcla la armonía del sonido con su contraste frente al silencio), el color (los tonos se asocian con diferentes sentimientos humanos, construyendo símbolos y pistas para el lector), el sueño (principalmente como singular 'deus ex machina' que permite acceder al pasado). Desde un punto de vista más tangible, elementos como los veleros (el pasado familiar), los espejos (trasfondo de lo real), la lluvia (el recuerdo), las máscaras (la dualidad y el otro yo)… configuran esos versos que no pueden ser más que de Ángel.
Hoy más que nunca estas palabras parecen estar prendidas sobre espuma. Que la niebla y los vientos te sean leves, añorado poeta.
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