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Buenismo, miedo y condescendencia imperan hoy. Pero no se emplean tanto con el débil, el enfermo, el anciano o el niño. Justo al revés. Todo se le perdona a quien perjudica a esa mayoría que padece y aguanta agravios y molestias. Lo disculpan los poderes ... públicos y el ciudadano medio. No se restringe más el tabaco para no molestar a los fumadores, que tienen su derecho. Su incomodidad se transformaría en protestas de ese colectivo y de los hosteleros, tabú para las autoridades, aunque solo fuma el 22,1% de la población española. No se implantan Zonas de Bajas Emisiones «para no perjudicar al comercio, a la hostelería» (está demostrado que no es así) ni a quien desea llevar el coche hasta la puerta de casa. No nos rodean calles tranquilas y seguras, sino circuitos de velocidad o kilómetros de atascos. No se multa tanto al ciclista cuando circula por donde no debe, no queda bien enfrentarse a quien va en un transporte ecológico, como si ir a pie no lo fuera. Se tolera el botellón como signo de los tiempos. Tabaco, alcohol, bicicletas, patinetes, perros sueltos, velocidad y decibelios excesivos… no se sancionan para no molestar. Pero molestar ¿a quién? ¿Al infractor? ¿Al que abusa de la paciencia ajena?
A los que no se quejan (ancianos, enfermos, asmáticos, niños, embarazadas) se les obliga a soportar polución y estruendos festivos. Se hace caso omiso de las muertes y hospitalizaciones por tabaquismo, contaminación y ruido. Sin piedad por los débiles, la mayoría. El bien mayor, el derecho recogido en nuestra Constitución, la salud, lo relegan quienes deben velar por el cumplimiento de las normas. Temen enfrentarse a determinados colectivos y no saben o no quieren predicar la conveniencia de tomar las medidas correctas, cuando ese es precisamente su papel. El español es condescendiente aun contra sí mismo. Tiende a tolerar, perdonar y aguantar aun contra sus derechos. ¿Por qué no los hacemos valer?
Uno tiene derecho a beberse un litro de vodka o tomarse una fuente de fabada y otra de arroz con leche. No lo tiene a obligar a hacer lo mismo a quien se sienta a su lado. Parece obvio, pero no se consideran igual el humo del tabaco y la música atronadora: hay que aguantarlos por nocivos que sean. Se tiene derecho a pasear al perro, pero no sin correa salvo en zonas reservadas. Por cierto, una de ellas es el parque más arbolado y agradable de la ciudad, entre Reina Victoria y Gamazo. Magnífico refugio contra el calor. ¿Por qué ese precisamente para perros? Deberían las autoridades comprobar que sirve a pocos: la mayoría los deja sueltos por todo el muelle. Se tiene derecho a circular en bicicleta, pero no a invadir el terreno del peatón. Cuando uno de estos lo hace por una ciclovía, el ciclista protesta de inmediato, a la inversa los peatones casi siempre se callan. ¿Por qué? Demasiada generosidad a cambio de considerables perjuicios. Caridad mal entendida.
A los planes para reducir el tráfico contaminante se les achaca que son discriminatorios para los trabajadores que no pueden permitirse un coche eléctrico. Y a las peatonalizaciones, que también lo son por no permitir que los vecinos usen su vehículo particular, propiedad privada. Ninguna de las dos afirmaciones es cierta, pero a quienes se oponen a las medidas contra la contaminación no les interesa decirlo. Los vecinos y los repartidores sí pueden salir y entrar en las zonas restringidas a la velocidad indicada. Nadie quiere ver la verdadera discriminación, la que se inflige a los residentes y peatones de los centros urbanos, puesto que se les castiga a vivir menos, con incomodidad y más enfermedades que, sin esa causa y en entornos más limpios y silenciosos, no padecerían. No pueden adquirir un coche eléctrico, no, pero tampoco un yate o una vivienda frente al Retiro o Central Park (otras 'discriminaciones'), están obligados a trabajar, estudiar y vivir en la ciudad, o simplemente quieren caminar y respirar aire limpio.
¿Por eso se los condena a una vida sin calidad medioambiental? Eso es un maltrato egoísta y un abandono del deber de procurar un medio ambiente sano para los ciudadanos.
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