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Debemos elegir. Ambas son incompatibles. De momento triunfa la primera. El turismo masivo ha expulsado ya a miles de residentes de los centros de muchas ciudades. Es la nueva invasión, la del siglo XXI. Y muchos gobernantes la bendicen. Organizan ferias 'ad hoc', fiestas ex ... profeso por todo lo alto y se felicitan cuando aumenta el número de visitantes. Mientras, no se hace nada para atacar el problema a fondo. Intentan paliar la preocupación ciudadana vendiéndonos la famosa desestacionalización. Palabra mágica. Significa que el mismo número de turistas se va repartiendo a lo largo del año, no se acumula en verano o Pascua. ¿Hay alguien por ahí que se lo cree? Dos factores obvios lo impiden. Uno: la gente viaja cuando quiere, cuando hace buen tiempo o cuando le dan vacaciones, y el rey es el verano. Dos: ¿los hoteleros aceptan reducir la ocupación al 50%? A lo mejor resulta que sí, que serían felices con la mitad todo el año. Pero la lógica empresarial y de subsistencia más bien les induce al lleno total el mayor tiempo posible. Es su negocio, su medio de vida. Y con hoteles y restaurantes repletos pueden proporcionar más empleos y mejores sueldos ¿no? Por lo tanto, no sería nunca la solución.
A la población autóctona se la expulsa, la vivienda escasea y se encarece, el comercio tradicional desaparece, las calles se vuelven intransitables y apenas se puede dormir. Todavía en ciudades como la nuestra contamos con nueve o diez meses anuales de cierta tranquilidad. Durante los períodos invasivos huimos, paseamos por calles escondidas al turismo, hacemos las compras fuera de las horas masificadas y no frecuentamos locales o zonas atestadas; pero nos consolamos el resto del año: podemos ir al restaurante habitual sin problemas y disfrutar de la zona marítima. Si se desestacionaliza nos convertimos en Venecia o Barcelona y el centro será aún más inhabitable. Ya estamos perdiendo población, que engrosa el censo de municipios limítrofes. ¿Queremos eso? ¿Lo quieren las autoridades? ¿Pretenden transformar los gobiernos en agencias turísticas y gerencias hoteleras de macroespacios urbanos? Por lo menos que avisen, digo, para que en las elecciones voten los foráneos, destinatarios reales de sus políticas. ¿O es que no lo ven y no prevén las consecuencias? Si los residentes se truecan por visitantes efímeros, ¿quién pagará los impuestos locales?
El ciudadano medio no comprende la indiferencia de muchos representantes públicos ante el deterioro de la calidad de la vida urbana. No lo entiende por la falta de lógica. A los votantes, a los contribuyentes, deben sus sueldos y las obras ante las que se fotografían o de las que pueden presumir como propias. Los cargos políticos son los garantes de nuestros derechos: vivienda, salud, medio ambiente, servicios… No es aceptable que sus decisiones tengan más en cuenta al foráneo que al residente. Si por lo menos se cobrara una tasa turística… Pero aquí se rechaza. De nuevo, incomprensible. Con tal masificación no nos lo podemos permitir.
San Sebastián quiere declarar el centro 'zona saturada'. No desea crecer en turistas sino preservar la calidad de vida. Barcelona ha endurecido las sanciones por orinar y beber en la calle, «conductas que afectan gravemente a la convivencia». Ethan Kent, vicepresidente de Project for Public Spaces, ONG fundada en 1975 contra el turismo de masas y la gentrificación: «Hay que invertir en espacio público, no en mercadotecnia. Se están creando espacios para promoción turística, para hacer fotos, para conseguir una versión barata de la ciudad. Debe invertirse en comunidad local. Sería una imagen más placentera y atractiva para el turismo de verdad. Lo primero debe ser lo local. Los turistas no deben dominar. Así, se comportan mejor. Las mejores ciudades serán las que permitan hacer comunidad, que inviten a formar parte de ellas, donde no solo se consuma. Así, preservarán su cultura. Hoy la visión del futuro es opuesta: la ciudad que consume. Y se copia en todas partes».
Los gobiernos de todos los niveles deben limitar las plazas hoteleras según el tamaño de la ciudad, los servicios disponibles, el número de habitantes y las molestias subsiguientes. Han de poner coto a los pisos turísticos, velar por la seguridad y la convivencia, promover un turismo respetuoso e impedir que ciudades enteras se conviertan en hoteles y bares gigantescos. No destruyamos, conservemos. Y mejoremos nuestra calidad de vida.
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