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En 1992, el escritor estadounidense Francis Fukuyama, en su libro 'El Fin de La Historia y el último hombre', hacía referencia a la implantación en casi todo el mundo de regímenes democráticos en los que prácticamente ya estaba todo conseguido. «No cabe casi posibilidad alguna ... de mejora», aseguraba.
Hoy, la realidad desmiente este aserto. Cincuenta y tres naciones viven sometidas a dictaduras, dirigidas por gobernantes que emplean la intimidación, el encarcelamiento, la violencia e incluso el asesinato para quienes se oponen a sus decisiones o simplemente las cuestionan.
Rousseau y Montesquieu ya se pronunciaron en el siglo XVIII contra de los regímenes absolutistas en sus libros 'El Contrato Social' y 'El Espíritu de las Leyes'. La división de poderes era importante, en su opinión, para evitar cualquier uso abusivo del poder. La figura del ciudadano como persona que ejerce libremente sus derechos políticos, que puede votar y elegir a sus representantes, ya no tenía nada que ver con el súbdito sumiso al que los monarcas imponían.
En los siglos XlX y XX especialmente, las democracias parlamentarias europeas se consideraron insuficientes y fueron muy cuestionadas por sectores importantes de su población que las encontraba imperfectas. Luchas y conflictos sangrientos estuvieron a la orden del día. Los más desheredados hicieron oír su voz de angustia y hambre para reclamar algo más que el teórico derecho a poder votar.
Dictaduras, tanto de derechas como de izquierdas, se implantaron en todo el mundo. Todas ellas se creían justificadas y mostraron el mismo interés por aniquilar al contrario que no pensaba como ellos y al que temían.
En España, bien ejemplifica ese espíritu de revancha el general Narváez que, en su lecho de muerte, se jactaba de no tener enemigos por haberlos aniquilado a todos.
El liberalismo doctrinario en el mismo período servía para privar del voto a los más pobres al declarar que sólo los ricos podían votar. «Son los más inteligentes», decían, con lo que la riqueza era el único factor que capacitaba para el derecho al voto.
Anarquistas, socialistas revolucionarios, sindicalistas, falangistas, rexistas, carlistas, etc., muchos de ellos recurrieron al asesinato y aniquilamiento de sus adversarios, a la represión y a la extinción de sus enemigos. Stalin, Hitler, Rudolf Höss, Lenin, Pilsudski, Bakunin, Rosa Luxembugo, entre otros muchos, apoyaron las dictaduras.
Hoy, con sus diferencias, países y políticos de muchos lugares del mundo practican o añoran las dictaduras y los actuales partidos neofascistas amenazan peligrosamente los regímenes democráticos. Los hechos demuestran nuevamente que la predicción de Fukuyama fue equivocada.
Políticos como Meloni (Italia), Le Pen (Francia), Orban (Hungría), Bolsonaro (Brasil), Abascal o Alvise (España), Trump (EEUU)..., gobiernos de países como Rusia, China, Corea del Norte, Venezuela, etc., o el reciente e histórico auge de la ultraderecha en las últimas elecciones europeas, en varios países fundadores de la UE, nos hacen pensar que las dictaduras están ahí y que el riesgo sigue existiendo.
¿Qué nos ocurre? Es difícil concluir si ahora se vive mejor o peor que antes; tenemos más comodidades, mayor poder adquisitivo, más información o tecnología y, sin embargo, somos más infelices.
Uno de cada cuatro jóvenes españoles se declara racista o xenófobo y ve en los partidos de ultraderecha una forma de protestar contra el sistema, a pesar de haber nacido en un contexto de elevado bienestar social.
La combinación en redes sociales de contundentes mensajes, expansores del odio, con estrategias de comunicación masivas ha permitido crear una sólida base de simpatizantes que no visualiza las incoherencias fácticas de estos partidos radicales. Por ejemplo, la promesa de Alvise para luchar contra la corrupción logró conectar con un electorado joven y euroescéptico. Después se descubrió que había cobrado 100.000 euros de un empresario y lo enmarcó como un «sacrificio de moral».
Claramente estamos ante una seria llamada de atención de la población que ve cómo los partidos mayoritarios no están proporcionando soluciones a los problemas.
En este contexto, el planteamiento de la sociedad obliga a reflexionar mucho antes de tomar decisiones no olvidando nunca el esfuerzo y sufrimiento de quienes lucharon, incluso con su vida, por lograr la democracia y mejorar el mundo. A nosotros nos toca, por lo menos, mantenerlo.
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