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Así se titulaba la crónica que desde Madrid había enviado, para la portada de La Veu de Catalunya de aquel viernes, 8 de mayo de 1931, su corresponsal Josep Pla, una de las pocas personas que han escrito extraordinariamente bien tanto en castellano como en ... catalán. Contaba entonces 34 años este gerundense de Palafrugell, y se había convertido en la pluma del periódico del regionalista Francesc Cambó para narrar los trepidantes acontecimientos de la recién nacida República.
El pragmático periodista ampurdanés observaba inquieto tanto la reticencia del viejo centralismo hacia la autonomía catalana, como los temerarios aspavientos secesionistas de una representación en que predominaba, como hoy, la demagogia de Esquerra. Pedía Pla que los 'castellans' no agitaran el fantasma de la anarquía para oponerse al autonomismo catalán; pero al mismo tiempo exigía: «Todos los catalanes deberíamos dejar de una vez de emplear estos argumentos relacionados con el separatismo, que enervan y envenenan la opinión española» (para catalanófonos: «tots els catalans hauríem d'acabar d'una vegada d'emprar aquests arguments –que enerven i enverinen l'opinió espanyola – relacionats amb el separatisme»).
No necesitamos salir de Barcelona para dar un salto en el tiempo y situarnos en 1967 en la revista Destino, donde también Pla escribía. El periodista Alberto Oliveras entrevista al intelectual exiliado Salvador de Madariaga, que cumple 80 años. Al tratar el asunto territorial, el escritor gallego, que ha estudiado mucho la historia de nuestro país, responde: «Tenemos que ir a una federalización de España, creando, digamos, doce o catorce parlamentos regionales. Pero el regionalismo, que es la solución natural y libre y liberal de España, tiene dos enemigos: por un lado el centralismo excesivo de Madrid, y por otro lado el separatismo de algunas regiones». Aunque prefiguraba con una década de anticipación el estado autonómico, no ofrecía Madariaga solución particular a este separatismo. Hacía ya muchos años, sin embargo, que él mismo había teorizado que, dado el carácter de los españoles, nuestro riesgo permanente es una oscilación brusca entre anarquía y dictadura (lo cual sucedió entre 1917 y 1977).
Esta confluencia, con 36 años de diferencia, entre el regionalista catalán Josep Pla y el liberal-federal-europeísta Salvador de Madariaga apunta al centro de equilibrio de la vida española, como equivalencia de fuerza centrípeta y centrífuga. Pero este equilibrio no es reposo de lo posado, sino de lo tensado: inmovilidad del pañuelo a resultas de la tensión entre los equipos rivales que tiran de la cuerda. Si uno cede mucho, se precipita todo hacia la 'oscilación Madariaga'. Y a veces puede ocurrir que, de tanto tensar y acumular empuje a uno y otro lado, se rompa la cuerda. Esta metáfora de cordelero también fue utilizada por Pla.
Frente al 'separatisme', el corresponsal de La Voz de Cataluña no tenía más receta que la prudencia: eludir la vana retórica que intoxica la negociación. Madariaga tampoco albergaba en su botica remedios definitivos contra un secesionismo descarado. Ambos, sin embargo, presuponían que jamás una región separatista tendría fuerza bastante para diseccionar España. Conduciría a una reacción centralizadora por instinto de supervivencia. En este sentido, centralismo y secesionismo son opuestos que se necesitan, y que incluso son causa el uno del otro en una espiral interminable e hipnótica.
Cuando Madariaga hablaba de «doce o catorce parlamentos regionales», seguramente no pensaba en la entonces provincia de Santander para uno de ellos, pero su pensamiento de que la vida española parece espontáneamente regional debe quedar anotado en nuestro cuaderno. Quizá no sea toda la verdad, pues también hay otra fuerza enorme en España: la de lo municipal y comarcal, el ser yo 'de mi pueblo' o aun 'de mi barrio'. Así, en Cantabria tenemos el tipo del lebaniego, el pasiego, el meracho, el pejín, el purriego, el cabuérnigo, el valluco, el campurriano, el cuetano… Pero lo regional es una articulación evidente en la mayoría de los casos, y las autonomías cuyo argumento cultural puede llegar a discutirse son realmente muy pocas. ¿Quién puede negar que hay gallegos o andaluces?
En Navidades de 2015, conversando con dos colegas de El Diario Montañés sobre las perspectivas postelectorales, me animé a opinar que los números daban para una investidura de Sánchez apoyada por los nacionalistas para elaborar un nuevo estatuto de autonomía catalán, que arreglara la 'conllevancia' para otros treinta años. Pero Pablo Iglesias se tiró a la piscina antes de haberla comprado, y forzó la repetición en busca del 'sorpasso'. Al final el PSOE ejecutó a Sánchez para que Rajoy pudiera ser investido y evitarle a España el oprobio de un colapso de gobernabilidad. Sin embargo, hoy vemos que aquella solución no respondía a los sentimientos que tiraban de la cuerda española. Las bases socialistas resucitaron a Sánchez para que resucitase a Franco, sin el que no sabrían vivir. ¿Sentirá Harry Potter también nostalgia de Voldemort? El catalanismo, extasiado con las chispas de su estrellada retórica, se echó al monte como un pirómano. Y tras él, como auxiliar de España, el vasquismo, pues no sólo tira al monte la cabra, sino también el pastor. Y aunque este 'artzain' iba a setas con Mariano, ¿quién se podía resistir a unos Rólex con Pedro? Pero quedarse ahora sin setas y sin Rólex será hacer el 'ridiculari'. (Para euskaldunes: «Guztia gura, guztia galdu»; el «todo querido, todo perdido»).
Se lo advierte Sancho Panza al cabrero de Sierra Morena: «No quiero perro con cencerro». Por eso aconsejaba Josep Pla a los diputados catalanes no estar sistemáticamente «tirant oli al foc», echando aceite al fuego de las pasiones políticas, cuando tocaba negociar y contemporizar. Al concluir esta Gran Cencerrada en curso, habrá que ver cómo se emplata de nuevo lo de «ni anarquía ni separatismo». Aún están desenterrando la momia que cortó el nudo gordiano la vez anterior. Escribía Pla, exasperado, en diciembre de 1931: «Hemos de reaccionar contra los retóricos y contra los vendedores de humo. ¡Es urgente!» Y no se refería sólo a la Esquerra.
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Ana del Castillo
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