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Empiezo donde terminé la semana pasada: «La autonomía estratégica, tanto en cuestiones de seguridad como en tecnología y un largo etcétera, no es una opción entre otras sino una necesidad vital de Europa». 'Autonomía estratégica' es un concepto que a los políticos de la Unión ... Europea les resulta extraño, por no estar reflejado en la cultura de defensa –predominantemente nacional– de sus miembros, y que a los ciudadanos de a pie les resulta poco menos que incomprensible. Pero la guerra de Ucrania ha expuesto las vergüenzas de la citada cultura, Europa está experimentando las deficiencias de una política de defensa centrada en los territorios nacionales, subcontratando la defensa internacional a una organización denominada OTAN donde predomina Estados Unidos. Al punto de presupuestar éste un gasto en defensa de 778.000 millones de dólares en 2023, mientras la suma de los restantes miembros es de 322.000 millones de dólares; es decir, un mero 40% del presupuesto americano.
Contra lo que pudiera parecer, estar en la OTAN y fortalecer la estructura de seguridad europea no son proyectos contradictorios sino complementarios. Aunque sería preciso dejar claras las prioridades: defensa nacional o defensa Europea integrada. Por otro lado, tras la pandemia y la guerra de Ucrania, el concepto de autonomía estratégica se ha ampliado a áreas adyacentes como la soberanía tecnológica e industrial que impediría que la Unión quede atrapada en una dependencia económica inasumible. Se trata pues de que, en un contexto internacional donde el antagonismo entre Occidente y Oriente se ha agudizado y va a prolongarse indefinidamente, Europa debe desarrollar y reforzar los instrumentos que la permitan operar como un actor global en lugar de regional.
Dada la complejidad del proyecto, la autonomía estratégica exige una profunda reflexión respecto a las áreas en las que Europa quiere ser autónoma, y los cambios institucionales que ello requiere. En este sentido, empezar por lo más difícil, la integración de la defensa y una política exterior unificada, no parece lo más aconsejable. EuroIntelligence, un grupo de asesores muy prestigiado en la UE, recomienda empezar por los proyectos más asequibles que, de hecho, ya están en marcha: la gestión de la unión aduanera, del mercado único, de una política comercial unificada, una competencia única y una moneda única. Es decir, centrarse en la autonomía económica estratégica antes de entrar en la defensa propiamente dicha. Este racimo de proyectos haría del euro una moneda-reserva mundial, como hoy es el dólar y mañana será el yuan chino. Pasar de una moneda mundial a tres, siendo el euro una de ellas, es vital para que Europa siga siendo un campeón mundial de las exportaciones. No el único, pero sí uno de los tres campeones… con el permiso de India y quién sabe si Indonesia.
Una segunda recomendación de EuroIntelligence es centrarse en la autonomía de las cadenas de suministro esenciales, para evitar que se repita el problema que tiene Europa con el abastecimiento de gas y petróleo, por su dependencia de Rusia. A este respecto es fundamental que la noción de 'suministro esencial' no se defina en función de lo que necesitan las empresas sino de lo que necesita la sociedad; es decir, que la decisión política no se deje en manos de los grupos de presión de las grandes empresa, por ejemplo, las energéticas pero no solo estas.
Para llevar a cabo estos objetivos la coordinación intergubernamental no es la idónea, porque los gobiernos cambian cada cuatro o cinco años e indefectiblemente dan prioridad a sus intereses/necesidades a dicho plazo. Se necesita una comisión supranacional, para diseñar proyectos que se van a prolongar bastante más allá de la duración de una legislatura. Por ejemplo, el mercado único se diseñó hace ya varias décadas y aún se sigue complementando. Este proyecto exigió un cambio previo en el Tratado de La Unión. Lo mismo ha ocurrido con la 'unión monetaria'. Pues bien, la autonomía estratégica debe clasificarse en esta categoría de proyectos. Va a exigir una serie de cambios en el Tratado de La Unión, como la muy polémica 'unión fiscal' o la absorción de la deuda de los miembros más endeudados, algo más polémico todavía.
Si el Parlamento Europeo decide abrir el melón y ponerse manos a la obra, sería esa la señal de que se han tomado muy en serio la cuestión. De otro modo Europa tendrá muy difícil prosperar en el nuevo paradigma de las relaciones internacionales, basado en la competencia entre bloques. A la UE le fue extraordinariamente bien en la era de la globalización; pero soñar que la globalización volverá a restablecerse en su antigua forma, es no haber asimilado una de las más básicas lecciones de la historia: no tiene marcha atrás
Cambiar el Tratado parecerá quizá poco realista, pero no hacerlo sería renunciar a la autonomía estratégica y condenarse a la dependencia que se pretende evitar.
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