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Todo sucede muy rápidamente en Israel, pero siempre sucede lo mismo. Es como si la mítica cíclica del pueblo judío estuviera impresa en el tiempo y enroscara a los hebreos en un bucle infinito, mientras el resto del mundo atraviesa la historia. Camino de cumplirse ... ochenta años de la declaración de independencia del Estado de Israel, cuatro quintos de un siglo, el país que nació con guerras continúa en guerras. Y, aunque diferentes, son iguales. Las fronteras del norte, hacia Siria, y del sur, hacia Egipto; la contención y penetración en la Transjordania.
Ahora las fuerzas militares de Israel, Tsahal, han ejecutado un ataque aéreo preventivo contra posiciones de la milicia iraní Hezbolá en Líbano. Recuerda a la Guerra de los Seis Días, en el año 1967, cuando medios aéreos israelíes actuaron, también preventivamente, contra la fuerza aérea de Egipto, mientras esta calentaba sus motores para invadir Israel. También actualmente se dice que los cazas israelíes han incursionado en Líbano para destruir lanzaderas de cohetes de Hezbolá, evitando con ello una operación masiva de represalia que los irregulares iraníes iban a lanzar sobre Tel Aviv en la ya esperada respuesta a la muerte por parte de Israel, a finales de julio en Beirut, del 'número dos' de la milicia en Líbano, Fuad Shukr.
La suposición venía siendo que Hezbolá tenía 'congelada' la materialización de su venganza por Shukr para no entorpecer, con el desquite, la marcha de las negociaciones en curso hacia la firma de un plan estadounidense de alto el fuego entre Hamás e Israel, que lleva meses cocinándose y ha pasado de estar alcanzando su cenit a entrar en punto muerto, en este momento, en El Cairo.
También se presume que el patrón de Hamás, Irán, tiene bloqueada, por idénticas razones, su propia represalia armada contra Israel por la muerte, igualmente en julio en Teherán a través de medios militares y de inteligencia israelíes, del hasta entonces líder de Hamás Ismail Haniye. La presunción, muy idealizada, es que Irán, a través de sus dos insurgencias, está cuidando la buena marcha de las estancadas negociaciones entre Israel y Hamás.
Sin embargo, Hezbolá nunca ha permanecido inactivo: suele disparar centenares de cohetes semanales sobre el norte de Israel y, a pesar del ataque preventivo del Tsahal, acaba de confirmar que su primera fase de represalia por Shukr se da por satisfecha con el lanzamiento de trescientos cohetes y drones contra su enemigo, por más que los militares israelíes hayan destruido un amplio número de plataformas de cohetes en Líbano.
¿Quedan comprometidas las negociaciones entre Israel y Hamás? Desde luego no será por este último ataque israelí contra territorio libanés. Esas negociaciones, que pretenden ser el legado del saliente Joe Biden en Oriente Próximo, siempre han parecido en realidad un apaño. Hamás no se fía de que, firmando la liberación de un porcentaje significativo de los 109 rehenes aún en su poder a cambio de recibir a prisioneros de renombre de la parte israelí (se habla, incluso, del histórico líder palestino Marwan Barghouti), Israel cumpla a medio plazo retirando su control sobre los corredores de Filadelfia y Netzarim, dos franjas estratégicas de presencia militar israelí en Gaza.
Netanyahu, por su parte, tiene marcado el objetivo de destruir a Hamás, aunque sea simbólicamente, a cualquier precio y, si pudiera ser, lograr una coalición aliada que respalde una guerra definitiva con Irán. A costa de las vidas que fuera menester, la visión del dirigente hebreo sería como un resurgir idílico del espíritu mítico de 1967, cuando Israel se anexionó precisamente Gaza y los Altos del Golán, Cisjordania y hasta el Sinaí. Allí cambió todo, la identidad de Israel recuperó a su David derrotando a los filisteos, se instaló un sentimiento de invencibilidad contra todo enemigo, de mesianismo sobre la tierra, y la sociopolítica del país basculó, enterrando al laborismo fundacional para abrir la puerta al Menahem Beguin antecesor del Likud del Netanyahu de hoy.
Aunque se insiste en que Netanyahu no quiere suscribir un acuerdo con Hamás, debería ser el primer interesado, porque puede escabullirse de cumplir sus términos ante un Biden que no está en condiciones de ofrecer garantías de supervisar su consumación más allá de una incipiente fase de intercambio de secuestrados, no comparables, por presos.
A Hamás le atrae solo secundariamente esta primera parte, porque lo que pretende es reasentar presencia en Gaza con la retirada israelí de los corredores en una segunda fase del acuerdo; a Israel no le seduce, ni pretende sustanciar, la segunda parte del acuerdo, una cesión a corto plazo de la seguridad en Gaza. Pero, si se firma, Netanyahu saldrá ganando, porque en lo inmediato liberará a secuestrados, salvará vidas y después de ello podrá proseguir con sus campañas militares (veremos si con Harris o con Donald Trump). La incógnita es, por tanto, Hamás, no Netanyahu.
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