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Lo más fácil es pensar que el Gobierno Netanyahu ha dinamitado la improbable tregua que mantenía con Hamás en Gaza. De la misma forma, la ... opinión más generalizada es que el primer ministro israelí alarga la guerra en Gaza, y prenderá la mecha militar allá donde haga falta, en Líbano y Siria, en Cisjordania, o en Irán, para embarrar a su país en conflictos y suspender cualquier escrutinio sobre su Gobierno y sobre sí mismo. La idea sería, según la evaluación más extendida, que Netanyahu, incurso junto a su mujer en investigaciones por presunta corrupción que sobre ellos ha incoado la Fiscalía de Israel y lleva a cabo la policía, está manipulando los tiempos de las guerras contra Hamás y Hezbolá, alargándolas torticeramente, obscenamente a costa de las vidas de los rehenes secuestrados en Gaza, para ganar tiempo, para garantizar su propia supervivencia política.
No es sencillo descifrar al Netanyahu de este tiempo doloroso y cruel. Quedan 59 rehenes cautivos en manos de Hamás, todos menos uno secuestrados en el transcurso de la masacre del grupo islamista en suelo israelí del 7 de octubre de 2023. Los cálculos más optimistas estiman que 24 de ellos continúan con vida. De los cuatro objetivos militares que el Gobierno Netanyahu se planteó con su operación a gran escala en Gaza, uno tenía que ver con «crear las condiciones para el retorno de los rehenes», mientras los otros tres involucraban la eliminación de Hamás, de su presencia en Gaza y de su capacidad para recuperarse y volver a gobernar en la Franja.
De esos planes, Israel ha logrado parcialmente la anulación de Hamás, pero ha fracasado estrepitosamente en desactivar, por completo, sus funciones operativas: es más que evidente que la insurgencia islamista mantiene recursos para sustentar la infraestructura de tortura de los secuestrados y que sigue disponiendo de poder de interlocución, a través de mediadores, con Israel.
Lo bien cierto es que Netanyahu se avino a la tregua con Hamás de muy mala gana, únicamente para contentar el triunfalismo impúdico de Trump. La posición de superioridad militar de Israel en todos sus frentes de guerra era, en el momento del alto el fuego con Hamás, indiscutible. Si no hubiera sido por el advenimiento de Trump, los rehenes cautivos serían cuanto menos subordinados en la ecuación militar de Netanyahu. Por operaciones de la seguridad y el ejército israelíes fueron liberados ocho rehenes. Con el alto el fuego, treinta secuestrados con vida y ocho cadáveres de cautivos, asesinados por Hamás, han regresado con sus familias. Por tanto, es dudoso que sin la tregua se hubiera conseguido detraer rehenes del tormento de Hamás. Objetivamente, el alto el fuego ha sido positivo en la consecución de uno de los propósitos estratégicos, declarados, de la operación militar israelí en Gaza.
Aunque lo parezca, la última incursión militar de Israel en la Franja pone fin al alto el fuego, es obvio, pero no a la tregua con Hamás. Es difícil digerirlo, sí, pero el ataque israelí de las últimas horas sobre Gaza forma parte de la negociación con Hamás: es una contundente, y muchos piensan que desmedida, llamada de atención de EE UU e Israel sobre Hamás, que habría rechazado inicialmente la propuesta del enviado de Trump al conflicto, Steve Witkoff, de liberar a una última tanda de rehenes.
Esta postrera acción del ejército de Israel, que ha matado a varios centenares de civiles gazatíes por el camino, se supone que era una operación para eliminar a varios altos cargos de Hamás activos en Gaza, entre ellos su ministro de Interior y su jefe de seguridad.
El mandato de Netanyahu vence en octubre de 2026. Le queda un año y medio en el Gobierno hasta convocar elecciones. Tiene plenos poderes militares y el respaldo incondicional de EE UU. Acaba de reiterar que la posición de Israel es la fuerza, por encima de cualquier consideración. No puede negarse a cualquier persona sensata pensar que Netanyahu quiere alargar cualquier guerra, a costa de la vida de los rehenes, secundarios cuando no desechables en su cálculo político, con tal de permanecer en el poder. Ya lo hemos visto en la historia innumerables veces, este tipo de sociopatía en liderazgos políticos.
Sin embargo, en un tipo de identidad israelí, de las varias que componen el país, esa que es heredera de Jabotinsky y Menájem Beguín, del partido Herut antecesor del Likud de Netanyahu, el ejercicio de la violencia sin cortapisas contra el enemigo es el mecanismo directriz de cualquier estrategia. Es una actitud aberrante a juicio de muchos, pero que ha crecido en la sociología israelí desde finales de los 60.
Tal determinación plantea una alternativa a la repugnante opción, tan popular, de que los rehenes son una pieza prescindible en la mente de Netanyahu: que está arriesgando sus vidas convencido de que la mejor forma de recuperarlas es la fuerza. Alrededor de un tercio de los secuestrados ya han sido víctimas de esa estrategia, por la que han pagado con su muerte.
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