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Estreno el año con la exposición 'Una arquitectura de la soledad', de José Luis Mazarío, en la Galería Siboney, y, en medio de la sala, me atrapa una obra de pequeño formato que representa una anunciación: 'A la luz'. Contemplo absorta ese trazo de pintura ... que se desliza por la ranura de una ventana blanca, resplandeciente y luminosa y que representa al arcángel Gabriel. La imagen está encuadrada en un espacio cuadrangular, armónico y proporcionado, un escenario de teatro; el lugar donde se produce el milagro, el lugar de la pintura.
Representar el motivo de la anunciación fue algo muy demandado durante el Renacimiento. Desde los tímidos intentos de plasmar la tercera dimensión de la mano del maestro Giotto, hasta la destreza de uno de los artistas que más reprodujo este motivo, Fra Angelico. El fraile dominico hacía hermosas tablas para que su congregación orase. Y se sabe que delante de 'La Anunciación' del Museo del Prado (1420) se reclinaban y cantaban nada menos que siete veces al día. Estudioso del humanismo, pintaba como los mismísimos ángeles y se codeaba con Brunelleschi y Ghiberti. Entre ellos charlaban sobre cómo convertir un soporte plano en algo tan mágico que pudiera representar el mundo de lo divino y de lo humano a un tiempo. Y él lo consiguió. Para su anunciación, una de las primeras obras en las que la arquitectura está pintada en perspectiva, escogió una tabla cuadrada y dividió su espacio en dos partes. En la de la derecha se contempla la escena sagrada, en la que cobijó a María sobre una logia abovedada y sustentó el espacio con columnas corintias en recuerdo a los maestros romanos (quienes permitieron a su generación renacer a tantas cosas).
Y, como dice la Biblia, al sonido de unas alas, «el Verbo, se hizo carne». En tal interpretación divina Dios Padre aparece contemplando el instante de la encarnación, mientras el Espíritu Santo revolotea en forma de paloma en medio de un rayo dorado y la golondrina -símbolo de la pasión y salvación- reposa suavemente en el centro de la composición.
Todo es un milagro. El cuadro, en palabras de Guillermo Pérez Villalta, «es bello, bello». «El vestido del ángel plisado cae como si fuera una azucena, y la Virgen en forma de arco parece que acoge todo», describe.
En el lado izquierdo de la tabla, está el umbral al mundo terrenal, puesto que Adán y Eva ya están siendo expulsados por otro ángel. Otro más de tantos. Una abundancia en la que repara el recién editado buscapistas navideño del Prado que anima a los niños a descubrir en los cuadros seres alados.
¿Cuántos puede albergar el museo?, ¿cientos?, ¿miles quizás? No en vano, a todos nos 'salen alas' cuando contemplamos una pintura. El diccionario, con su acepción de ángel, así lo sugiere: «Es la persona a la que se le atribuyen cualidades propias de los ángeles, como la bondad, la inocencia, la belleza»... Y ¿alguien puede dudar de que el arte nos hace mejores?
O bien, de que una sociedad avanza, por ejemplo, protegiendo a los más vulnerables, como hacen los voluntarios que cuidan, a los -cada vez más- ancianos en soledad. Ángeles de la guarda, al fin y al cabo.
La pintora Alejandra Roux me descubre los secretos de la técnica empleada, el temple, de manejo nada fácil por su rápido secado, que apenas permite cambios. Ella lo usa con infinita paciencia, dedicando tiempo y tiempo a extender la mezcla de pigmento y huevo en múltiples capas. Un ritual que la abstrae como en un rezo; pintar se convierte en un ejercicio de meditación.
Pura vocación. Fra Angelico eligió bien su profesión y pudo dedicar toda su vida a sus dos pasiones: pintar y orar. Y así se acercó a lo divino.
Otros, sin coger un pincel, gracias a la sensibilidad y maestría de Mazarío también podemos poner un ángel en nuestra habitación.
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