A propósito de Carlos III cuando era niño

De Inglaterra nos gustaba todo menos el porridge del desayuno. Vicky Ramírez, hija de un ginecólogo de Lima, estudiante de inglés en Exeter, peló un plátano y se lo comió de tres bocados. Como la monja que vigilaba el comedor la mirara con ojos muy críticos, Vicky dijo una frase para la posteridad:

–Sister, my country is a banana country.

Llegaban las vacaciones de Pascua y un plan glorioso fue nuestra excursión al castillo de Windsor. Por suerte, allí coincidimos con toda la familia real inglesa: la reina Isabel, su madre, el duque de Edimburgo, la princesa Margarita, lord Snowdon, el príncipe Carlos y la princesa Ana. También estaba el arzobispo de Canterbury, como autoridad eclesiástica.

Corrían los niños reales y a la nurse le debió de parecer demasiado movimiento en torno al arzobispo. Como por arte de magia apareció el príncipe Carlos, que tendría ocho años, en la ventana más próxima a la nuestra. Tenía una sonrisa resplandeciente cuando nos miró a un metro de distancia. Era un encanto Real y real. Saqué mi cámara fotográfica a la velocidad del rayo y enfoqué a la criatura. La nurse, educadora siempre, tiró de su Alteza Real y en la foto sólo se ven las suelas de sus zapatos. Dije:

–¡Sapristí! –porque me pareció una expresión con cierto abolengo.

¿Querrá creer Su Majestad Carlos III que, durante todo el ceremonial de su coronación, no pensé en otra cosa que en aquel suceso de 1957? Mis hermanas María Luisa y Ana lo habrán vivido con menos peso en el recuerdo. La cámara de fotos era mía.

Me he sentido muy próxima durante los años que han pasado al príncipe Carlos. Le vi casarse con lady Diana Spencer. Le acompañé en el funeral del duque de Edimburgo y después en el de su madre la reina Isabel II.

Si me mandara una foto dedicada, sepa que me llamo Angelina y que le deseo un feliz reinado junto a Camila.

He estado en Londres hace cinco meses y, si vuelvo, buscaré su sonrisa.