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Tienes cien años o casi y una mente lúcida. Llevas demasiado tiempo escuchando que con fulanito se vivía mejor, que esta vida es una porquería y primores de este tipo. Vives en un pueblo, más bien en una aldea, de las nuestras, de montaña, de ... las que ahora llaman los políticos 'la Cantabria vaciada'. No hay nadie o casi nadie. Uno, dos o tres por población. Veredas vacías, silencios infantiles y susurros naturales. Ni un alma pasa. Tan solo el panadero y la furgoneta de comestibles martes y jueves. Poca charla, mala cobertura, ni visitas médicas, ni turistas... ¿Una epidemia? No. La cotidiana vida desde hace demasiadas décadas, durante al menos nueve meses al año.
Curiosamente naciste tras la gripe española, que ni tenía DNI patrio y hasta hace cuatro días ni los más eruditos de nuestros cuñados conocían. Y ahora, sin embargo, parece que todos sabemos más de ella que Tucídides de la epidemia de Atenas en el siglo V a. C. Tu padre tuvo que cumplir en la guerra de África, y en casa las pasasteis canutas. Niña nacida a pocos kilómetros de este mismo terruño, en el que sigues empecinada en vivir. Pobre, como la mayoría. Poca escuela y mucha azada y barreño.
Y para más inri, en tu adolescencia y juventud, una guerra civil de lo más cruenta llamó a tu puerta y dejó tu país hecho una piltrafa. Después te amenizó el tempranero matrimonio, según se estilaba, una posguerra, ideal para las fotos de los corresponsales extranjeros, pero poco recomendable para vivir en carne propia.
Por fortuna, como casi todos, fuisteis viendo la luz y con tesón y trabajo sacasteis a flote una familia. Y fuisteis prosperando. Los más se marcharon, los menos se quedaron. Sin darte cuenta ya tenías canas y te embarcaste en una democracia de andar por casa, que con sus cosillas para sí quisieran muchos países. Hijos con estudios. Padres con orgullo.
Y ahora a la vejez, no viruela como antaño, sino un virus, o como se llame. Impronunciable, que amenaza con llevarte por delante. Y aunque vieja, no te quieres morir. ¡Qué has vivido mucho! Dicen algunos. Disfrutas de la atalaya del tiempo que te da perspectiva... Y también miedo. Desde tu balcón se ve poco valle, pero mucho horizonte. Has conocido pocos héroes y demasiadas víctimas. ¡Cómo no vamos a tener esperanza en el tiempo venidero! ¡Cómo no van a ser capaces de salir adelante tus nietos, bisnietos y sus amigos...! Si tú, la niña de aquel rincón perdido, la hija sin padre, la joven de sabañones en las manos, la desvelada madre, la solitaria viuda y la vieja del pueblo hasta aquí ha llegado con casi todo en contra... Pues esta vez, no vamos a ser menos. Demostrémoslo.
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