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Antes de hablar de la prodigiosa novela que es 'Los años extraordinarios', de Rodrigo Cortés, me gustaría hablarles de las patatas de Navalagamella. Les aseguro que no es capricho y que tienen relación, al menos en las cosas que a quien esto escribe le pasan ... por dentro. No recuerdo lo que hacía en Navalagamella ese fin de semana, creo que había algún tipo de certamen literario, lectura poética, reunión, en fin, de almas que acostumbran a elevarse con la química de las palabras. Sí recuerdo que se eternizaban las reuniones de señores con cuerda en las gafas reflexionando sobre la magia compartida de encontrar en unas páginas una historia, un pensamiento o una música determinada capaz de erizar el cabello del cogote. Recuerdo también cómo trataba yo de integrarme, sin conseguir, en ese instante, fingir las ganas de realizar el esfuerzo erudito de intentar epatar al resto de los ponentes, y miraba a un ángel gordo que estaba pintado en el techo de la elegante y rancia sala en la que debatíamos. Llegó el bendito parón para comer y uno de los literatos me cogió del codo en un aparte y me susurró que nos escapáramos de la comida oficial y fuéramos al Mayfer a comer patatas con panceta y pimiento. Y me fui con él; por despejar, por huir, porque sí.
Desde que probé las patatas del Mayfer se han incorporado a mis momentos recurrentes de felicidad. He recorrido los 47,800 kilómetros que separan a esas patatas de mi casa siempre que he podido. No podría decirles nada de lo que se habló ese fin de semana, pero les aseguro que aquellas patatas en cazuela de barro con pan harinoso forman ya parte de mi vida. Y sí, exactamente por eso he elegido está anécdota para hablar de 'Los años extraordinarios', de Rodrigo Cortés. Sería raro, confuso y puede que imposible tratar de explicarles de qué va esta novela polimorfa y asombrosa, aunque, si hiciera el esfuerzo, el oficio me permitiría, quizá, aproximarme a conseguirlo. Lo que es imposible es transmitirles las sensaciones internas que provoca leerla, de qué manera se viaja con ella de Valle Inclán a García Márquez pasando por tu propia risa, parando en la ternura para estirar las piernas y continuando por Wenceslao, Berlanga, la carcajada, Cervantes, Borges, la estupefacción, Neville. Y una perpetua, reveladora sonrisa, que no te abandona cuando cierras la novela y te das cuenta, con gran envidia, de que acabas de leer algo especial, destinado a perdurar. Recorran, pues, este libro y háganlo libres, porque puedo asegurarles que será inolvidable y que, de vez en cuando, paseando por cualquier calle, les vendrá el regusto de algún pasaje que les despertará la ganas de escaparse a él para pasar un rato indescriptible. Feliz, extraordinario viaje. Con patatas.
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